miércoles, 1 de diciembre de 2010

Y se hizo la luz, pero muy a huevo....

Hoy a las cinco y media de la mañana, se fue la luz. Se fue estrepitosamente, con intentos de regresar a ritmo de metralleta, y lo único que pude pensar era en el número de aparatos que se fregarían gracias a las explosiones del flujo de electrones que iba y venía. Ya son casi las siete, y hay luz, pero no como debe de ser. Mientras yacía sobre el sofá en medio de la penumbra, me di cuenta de que no podía hacer café excepto en la estufa, no podía usar mi computadora (¡horror!), no podía tener la seguridad de que mis refrigeradores estaban bien. Esto, por no mencionar--obviamente los voy a mencionar--los aparatos de clima sobre el techo, de los cuales uno estaba prendido. Los que tenemos dinero en este país no sabemos hacer nada rústico excepto asar carne a la intemperie. Lo único que nos salva es el gas natural de las estufas, y una chimenea para los que la tengan.

Por eso hago composta. Por eso tengo una hortaliza casera. Cuando menos eso sabré hacer...

martes, 30 de noviembre de 2010

Entre un regio y su chopping...

Ni siquiera la narcoviolencia puede con el deseo del regio de ir de chopping al otro lado! Lo comprendo...me esperan al otro lado ciertos artículos esenciales para mi bienestar: un CD del sonido de campanas del viento, un libro de postres de chocolate, un molino manual para alimentos, y una serie de regalos chuscos apropiados para alguien de la cuarta parte de mi edad, cuando menos. Ni modo. No puedo hacer nada porque mi mente se fijó para siempre a la edad de unos 25 años. Por fortuna, no mi intelecto! Pero si necesitas saber dónde hallar un aromatizador para el auto con fragancia a tocino, consúltame a mí! Ja!

lunes, 29 de noviembre de 2010

Got That Old Feeling, or Just Feeling Old?

A friend confided that he worried not about being old, but about becoming an embittered old man. Another friend said that before he met the woman he now lives with, he used to be a miserable old man, but now he is merely old.

A certain relative, a cultured and highly educated man, is the very epitome of embittered elder-hood, and none of his family has ever quite figured out why. Somehow it seems as if the self-loathing fomented in him by his father, a sarcastic and belittling person, having been staved off for decades, has come back at full gale force; since self-loathing is almost impossible to bear, it usually gets passed along as a kind of free-floating loathing directed at anything and everything. But it's a hell of a way to end up a life--not enjoying one's accomplishments, not cutting oneself some slack if they aren't up there in the super-hero category of feats, not able to just kick back and relish laziness and sloth, no, but sloshing through the acid streams of what one didn't do, didn't say, didn't finish. Or even worse, wondering where that feeling of unbearable disappointment is coming from, being unable to relieve it, watching it eat up the years you wanted for yourself.

What's the cure? For most, there is none.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Evolution

I used to think evolution was a process that meant some sort of biological progess, until I heard Sarah Palin and Christine O'Donnell speak. Okay, I use the word "speak" very, very loosely.

The essence of blogging...

Never have so many said so little to so few. And never have they spelled worse while doing it.

Hazelnut and butter pasta sauce

This is the essence of decadence. Put a stick of butter in a pan over the lowest possible heat, and allow it to heat until it begins to acquire a bit of color; it should smell nutty and delicious. Chop some hazelnuts finely, and turn the heat off the butter. Add the hazelnuts. Stir, add a dash of pepper, pour over your favorite pasta, and top off with parmigiano reggianito.

The mystery resolved at last!

Having just sent a letter from my favorite outfit, Union for Concerned Scientists, to the Hannity crockpot giving him a failing grade in science, it dawned on me why the man cannot understand global warming: in order to think, he has to hold his breath in order not to overload his brain. In the inimitable words of the formidable Jim Hightower, if the man's I.Q. drops another point, we're gonna hafta water him.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Neonazis

Los jóvenes no pueden recordar, y considerando la actual falta de educación histórica en demasiadas escuelas, seguramente tampoco han leído sobre las tácticas propagandísticas de los nazis para acceder al poder en Alemania. Es una lástima porque los teapartiístas están usando las mismas estrategias, y bien se pueden considerar los neonazis norteamericanos--mucho más, de hecho, que los que así se proclaman.

La apelación del partido de los nazis en Alemania se basaba exclusivamente en la psicología alemana de su etapa--después de una humillación internacional después de la Primera Guerra Mundial, después de una etapa de inflación vertiginosa, después del desempleo y ciertamente heridos en su orgullo por la prohibición sobre el desarrollo de una fuerza militar, los alemanes cayeron ante las diatribas nazis justo en un punto álgido. Al igual que un paciente deprimido en psicoterapia quien logra juntar las fuerzas suficientes para suicidarse precisamente cuando comienza a alivianarse la depresión, Alemania comenzaba a recobrar fuerza después de la debacle. Ahora sí la población tenía suficiente energía y tiempo para enfurecerse.

Las supuestas huestes de los teapartiístas caen con igual facilidad ante apelaciones totalmente carentes de pensamiento ni lógica, ante líderes financiados por multibillonarios (Rupert Murdoch, los hermanos Koch) cuyos intereses se dirigen exclusivamente a la meta de promover sus negocios y por ende sus finanzas. Esto sucede porque los líderes (léase sociópatas de la talla de Palin o Beck) hablan al inconsciente de gente muy confundida, muy enojada, y muy perdida. No lo hacen con intención--es decir, no se proponen hablar al inconsciente. Tampoco lo hizo Hitler. Su talento es visceral, un conocimiento intuitivo de lo que tienen que decir para activar los miedos y la ira de sus oyentes. El error de muchos es creer que, por un lado, existe la posibilidad de apelar a la lógica y el razonamiento de los oyentes, y por otro lado, que los intereses razonables de los oyentes predominarán por encima de su psicología. No es así. No fue así en Alemania nazi y no será así entre los seguidores de Palin o Beck.

Tampoco existe una conciencia entre sus seguidores de que éstos buscan solamente el poder, y realmente no cuentan con un sistema de pensamiento político, mucho menos una filosofía de la ética. Tienen toda la facha de sociópatas: manipuleo de otros, disposición de usar cualquier truco que arrastre a los demás, un estilo de vida que contradice directamente su discurso público, y una marcada incapacidad de entender el mundo desde el punto de vista de otra. Es más, no les importa en lo más mínimo cómo el resto de la gente experimenta la vida, qué piensan, o qué sufren. Todo es a nivel discurso.

La corriente anti-intelectual de los teapartiístas es idéntica a la corriente anti-intelectual de los nazis. El deseo de controlar a los demás es el mismo. La disposición de hablar de la violencia es igual; la diferencia por el momento es que los nazis sí llegaron al poder y sí lograron poner en la práctica la violencia patrocinada por el estado. La exagerada preocupación, bastante paranoide, de los teapartiístas en cuanto a las armas es también un pronunciamiento de su voluntad hacia la violencia, ya que no es posible sostener que armas de alto poder usados por fuerzas militares tengan un lugar en manos de civiles dizque para defenderse. Se llaman "assault weapons" porque para eso existen: para atacar.

El nazismo está vivito y coleando en Estados Unidos, pero se llaman de otra forma. El grave error de muchos políticos, y tal vez de Obama mismo, es no entender la naturaleza de la bestia.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El México que merecemos...

En los cuarenta y tres años que llevo viviendo en México, puedo contar con los dedos de una mano el número de veces que he escuchado a un mexicano hablar bien de su país. La euforia generalizada que se desata cuando México logra figurar a nivel mundial, sin importar la relevancia del logro (un Miss Universo o un Premio Nobel de la Literatura, todo es igual acá), es igualada durante los momentos de locura pasional como las fiestas patrias o durante un partido de futbol--pero son momentos pasajeros, que nunca llenan el buche de los ciudadanos sedientos de parar el cuello con algo mexicano, algo bien hecho, algo positivamente destacable. Son momentos lubricados por el alcohol. Son momentos en que podemos fingir que algo tuvimos que ver en la carga genética que conformó cuerpo y cara de una Miss Universo, o en la inusual genialidad de un pensador y escritor fuera de serie.

Los mexicanos no sólo son depresivos, una observación atinada de Octavio Paz; lo son porque el mexicano suele ser un idealista desilusionado, una fuente inagotable de amargura, chistes en contra de sí mismo o de su país, de críticas ácidas o de una burla autodirigida. Bajo el pretexto de "todo está mal, no hay nada que hacer, es inútil intentar", se tira el mexicano a la indiferencia, a la flojera social e intelectual, o, en cambio, a la arrogancia de unos minúsculos logros personales como la riqueza o lo que en este país pasa por ser intelectual, con tal de contrapesar la indescriptiblemente triste destino de vivir en México. Cualquier rumor negativo, generalmente sin fundamento, se pasa gozoso de ciudadano en ciudadano, sin que nadie pare un instante por pensar en las secuelas más amplias, en la abrumadora negatividad que el país carga, gracias a tales actitudes ciudadanas. Lo que está mal ahora, siempre estará mal, lo de antaño era mejor o, al contrario, lo anterior es la causa de todos nuestros males actuales, y nada tiene remedio nunca.

Con la infección rampante de ignorancia voluntaria que padecemos--y ¿por qué no, ya que nada tiene remedio?--nos parecemos a la bola de lunáticos gringos autodenominados Tea Party, que hacen de su abismal ignorancia una virtud. Pero la flojera intelectual que invade a México tiene un costo terrorífico: como no nos gusta pensar, cada "remedio" es un refrito de algo de no funcionó, no analizamos los eventos, no nos gusta plantear preguntas, y cada opinión es un disparo intantáneo valorada más bien por su graciosidad o ingenio humorístico. Es tan grave que una opinión positiva de algo mexicano, sobre todo de una figura política, es inmediatamente atacada--porque al mexicano, nada le da más pánico que pecar de ingenuo, de ser transado, y por ende, es fácilmente engañado con cualquier rumor absurdo, cualquier onda religiosa loca, que defenderá hasta la muerte porque de no hacerlo, se revelará equivocado--sinónimo de pendejo. El mexicano no sabe equivocarse como otro mortal y disculparse; cada error atenta contra la integridad de su alma. Lo que esto implica en cuanto a los métodos de educar a los niños pequeños es apabullante, para que éstos produzcan a personas tan temerosas de su humanidad.

Claro, nos pasamos alabando a las culturas indígenas, mismas que producen hermosas artensanías y pésimos avances sociales. Pero es puro jarabe de pico. México, que no tiene prejucios racistas, sí cuenta con un clasismo tan agresivo y dañino como el más arraigado racismo. El bajito, el morenito, el indito forman parte de las clases de los rechazados, mientras que las mujeres mexicanos se la pasan tiñiendo su pelo de rubio y creyendo que así se ven bien.

Cuando echamos mentadas de la antepasada materna a la clase política, habría que ver que tenemos la clase política que merecemos. Cuando nos volvemos histéricos ante la inseguridad, habría que pensar que nosotros somos la causa--no el PRI, no la partidocracia, no un vago e indefinido concepto de "corrupción". La corrupción lo somos todos.

Ni nos molestamos en pensar pausadamente, ni podemos sostener una conversación incluyente de opiniones diferentes. Por lo mismo, no llegamos a la acción productiva porque no hemos aprendido a liderear ni a coordinarnos, bola de divas que somos. La clase política es nuestro fiel reflejo.

Tenemos el México que merecemos. Lo que merece México son mejores ciudadanos.

jueves, 19 de agosto de 2010

Let me loosen your Bible belt...

At the moment I am immersed in the so-called Bible belt: Lubbock, Texas, to be more exact.
There seem to be two kinds of inhabitants in this Bible-thumping town, but symptoms of both kinds can be found in places like Barnes & Noble. There is shelf after shelf devoted to topics such as Christian Inspirational or Christianity, Romance novels, and popular fiction, and a paultry few spots left over for philosophy, poetry, or social sciences--although several of the books in that section barely qualify. The popular has invaded the academic.

One type of Bible-belt inhabitant is the friendly, kind, extremely polite individual who assumes you too are one of God's little chilluns and deserving of respect and consideration. More power to them, even if one does get a little tired of hearing how God intervenes in everything from choice of occupation to the selection of tonight's menu. These are often people who have suffered greatly but are getting by, yes, with God's help. They would no more insult you because of your skin color or accent than they would murder their children, and their brand of Christianity is often all-inclusive. Even though you might think their religion is simplistic, it so happens that the portions of the Bible they have chosen to honor are those which promote brotherly love and doing good. They don't love only certain brothers with the right pedigree and their definition of doing good includes doing no harm.

The other kind is very different indeedy. They are not rednecks, either--and just for the record, a redneck is someone who works under the sun and gets sunburned. There is nothing inferior about farmers and cowboys or construction workers, either, for that matter, and redneck should be removed from the list of insults. To be called a redneck is tantamount to "ignorant fathead", and this is supremely unfair.

But "ignorant fathead" is the mildest term that can be applied to the ranting, hate-filled, loud-mouthed "Christians" who have picked the worst portions of the collection of myths, hopes, distorted history, and metaphors called the Bible. Their best proponents are people like Dubya and Sarah Palin, who are aggressively ignorant (to a degree that you cannot distinguish between ignorance and genuine stupidity). It is easier to blow off the truly pathological such as Beck and Limbaugh because their pathology is so blatant that they are simple conduits for frustrations and self-loathing that can more easily be projected onto minorities, Muslims, illegal immigrants, and whoever else you think is causing your home-grown ills. Unfortunately, these specimens, acting as conduits, make it seem legitimate to be mad as hatters and dumber than plant life. They make it seem "logical" that you are a victim of everything and everyone, but many of their listeners hold the secret suspicion that they are whiners, allowing the listening public to indulge for a moment that greatest of all sins, being a wimp, a victim, but only for a while...

The Palin-Dubya kind of terminal ignorance is put forth not as the shameful evolutionary defect it is, but as a virtue. Devoid of any information, they fall back on pure visceral appeal, as if one's guts had some kind of obscure knowledge that trumps the brain. In their case, indeed it does. The degree of intellectual laziness boggles the mind of those of us out here who still use ours to some extent. The upshot is that Dubya has been nothing more than the paid-for whore of monied interests, and Palin has made herself into the darling of the Pee Party set, another group of the postally disgruntled.

But why is this surprising? It should not be. For those of you interested and functional enough to read, try "Bright-Sided" for a good dose of uncommon sense. For more entertaining braininess, read "Packing for Mars", and don't miss "The Immortal Life of Henrietta Lacks". All of these books are by very smart women, and hints of an explanation can be found in all. Good luck.

lunes, 17 de mayo de 2010

Un poco más...


Reunión en Querétaro!
















Las tres entrañables amigas logramos reunirnos en un lugar secreto! Ja! Recorrimos en centro de la ciudad, compramos ropa mexicana en una tiendita, comimos todos los días a invitación de un admirador, también secreto y quién sabe eso de admirar--quien simplemente no nos dejó pagar nada--y pasamos horas y horas hablando como si nos hubiéramos visto ayer! Conocí a las tres princesas-o sea, las nietas. Increíbles los dos días y cacho que pasamos juntas, y hay planes para vernos antes de que termine el año. Con suerte, nos veremos también el verano del 2011 en un lugar secreto...de España!










Aquí las brujas....





sábado, 1 de mayo de 2010

viernes, 30 de abril de 2010

Just Chalk It Up to Menopause...

The sweetest dreams of all are those that are made a reality when you are grown up and thought your dreaming days were mainly in the past. I know, because at the tender age of 38 I took up horseback riding. When I finally got my own horse, I didn't sleep for three nights because I was too high to settle down. As the years went by, and my riding skills increased, all common sense flew out the window, probably never to return. There is no other way to explain why a middle-aged wife and mother of three kids would voluntarily sit astride a large, frisky creature with a mind of its own and attempt to pierce the air with it over man-made obstacles placed in a dirt arena for just such a purpose. My addiction took on such proportions that I spent three or four hours a day on horseback, and all day on weekends. My friendships were forged on horseback--when did I have time to meet anybody but horse lovers? I had fortunately given birth all the times I planned to, because with my schedule I didn't have time to conceive, much less become pregnant. My friends and I became the wonder and horror of parties, since we clumped together like souring milk and talked horses for hours on end, once in a while taking a break to refresh a drink or grab a snack so as to return with vigor anew to the conversation. It didn't seem to faze me that I fell or was thrown off, run away with in the countryside, in danger of falling off a cliff during one memorable ride, or that I crashed over obstacles, got stepped on by my own horse, watched other people break ribs, collar bones, and femurs, and developed a violent allergy to horse dander. And my friends and I were not the wealthy, high-society, let-someone-else-do-all-the-work riders, either. We were never happier than when we were covered in dirt and sweat and reliving our ride through the countryside, where two horses rolled in a plowed field and their riders came up looking like pieces of fried chicken, or when a Swiss businessman during our lunch break stood on his head while squirting red wine into his mouth from a Spanish "bota". He even sang at the same time! We could dismount after a ride of seven hours at a sitting trot on an English saddle, our knees buckling, our backsides resembling a Nazi doctor's treatment for hemorrhoids--but our souls were intact and fulfilled.

My insanity reached its height, though, when I decided that the only way my life would be complete would be in knowing how to shoe my horse. So off I went to the Oklahoma Horseshoeing School.

My family by this time had decided there was no point in opposing these delusions. They just hoped the condition would wear off with time. But I began to get an inkling of the severity of the problem as I sat in the Mexico City airport waiting to board my plane. What in God's name was I doing? There I was, barely five feet tall, weighing in at around 110 pounds, a woman of my age about to learn how to shoe horses? It's true that the school pamphlets had pictures of women and elderly men sweating happily over the forge, but in the background of those pictures you could see huge cowboys with biceps like a work of fiction and shoulders so broad you could use them to post political propaganda. It made you wonder about the people in the foreground. Was it all a lie?

The airport taxi deposited me with my suitcases on the outskirts of Oklahoma City, in front of a huge barn-like structure. I climbed the rickety outside wooden stairs to the second floor, pushed open a screen door, and found myself in a dining area occupied by long trestle tables around with sprawled large young men in informal attire. Not a sound was heard: they beheld me with the astonishment of people viewing King Tut's tomb for the first time. I don't know if it was because they thought I was as old as King Tut or if it was all too evident that I came from a different world.

Suddenly there galloped into view a young woman of imposing appearance. She wore jeans, steel-toed boots, and it would have been easier to jump over her than go around. She greeted me with the joy and affection of a long-lost sister. It seems she was going to be my roommate.

Andie (for thus I will call her here in order to protect the innocent) helped me get my gear into our room, chattering happily all the while. The room itself was a small, windowless space occupied by two sets of bunkbeds, the mattresses of which were in such a state that they could probably stand and walk unaided by human intervention. The closet consisted of a rough-hewn wardrobe (by rough-hewn, I mean the wood had not even been sanded, much less varnished) studded with horseshoes that served as clothes hooks. Our tiny bathroom was shared with one of the mens' bedrooms, so Andie had locked the adjoining door on our side in order to afford us a little privacy. I became obsessed with the functioning of the smoke alarms; I visualized me and Andie reduced to barbecue in our claustrophobic room.

Andie and I were the only females on the floor (the other women were housed in an apartment nearer town), which consisted of the glassed-in office, the bedrooms, and the kitchen-dining-classroom space containing the aforementioned trestle tables. There were two big refrigerators, a sink, and two microwave ovens. The schedule was as follows: up at 5 a.m. in order to fight for microwave time and be able to eat breakfast before the 7 a.m. class, which took place in the same room. At nine we were hustled out to the barn, where we were taught how to remove horseshoes, trim the hoof, shape cold pre-manufactures shoes on the anvil, place them on the horse, nail them on, and how to cure a nail puncture of the hoof's live tissue--an event that was taken for granted by the instructors. These practices took place on horses brought to the school by people who were then charged much less for the service, since the farriers they were getting were of spotty quality.

I noticed the men didn't say a word to me or Andie. I thought maybe they were just shy, morose, taciturn, or insecure. But I didn't care, the instructors were superb, the work exciting and new, so what the heck. The situation began to come unglued, however, when we got to the barn.

I was shown how to remove a shoe and given this mountainous animal to practice on. He patiently shook me off like a fly, again and again. I only managed to remove four nails. A guy assigned to the same horse had to finish up. I went to see how Andie was doing.

Andie had been given a tiny, fat horse, barely out of the Shetland pony class, that God surely had meant for me until some human screwed up the assignments. Andie was desperate; the horse was so small and she so vast that she couldn't get her rear end under the horse to work on the back hoof. Every time she heaved herself under the animal, it rose several inches off the ground and uttered a grunt as the air went out of it. The Heimlich maneuver for horses was being invented here. She struggled and sweated valiently, becoming increasingly disappointed with each failure. Finally it was noon and time for an hour's rest and lunch, so we all stampeded back to the dining room to see who was going to have a hot lunch and who was going to eat his frozen meal without the benefit of microwave oven because he didn't get up the stairs before the rest of the mob.

At one o'clock we went back to the barn for a demonstration of forge work. Our instructor took a straightened piece of steel cut from an automobile shock absorber, heated it in the forge, pounded on it for a couple of seconds at the anvil, and produced a horseshoe and two punches. We were then sent off to the forges in the center of the barn, weighed down with a leather apron and farrier tool belt, goggles, and gloves. Dressed nattily in my gear, I was dragging the ground from every angle. I had disappeared beneath the apron, my tool belt was cutting a farrow in the sandy floor, and if it hadn't been for my hair and arms, the whole get-up would have seemed like a collection of inanimate objects possessed by demons. Nevertheless, in spite of having hands already so sore from trying to shape cold shoes that I couldn't turn on the faucet in our bathroom, I loved the forge work. Since I had worked with stoneware and a potter's wheel at one time, I knew how to handle and shape materials; I managed to flatten the bar of steel and get it more or less into horseshoe shape.

Andie, however, was having a terrible time. No matter how hard she tried, she could not produce anything except something that looked like a snake having a painful gas attack. As night came, we dragged our aching bodies back to the dining room to do our written homework, but Andie went straight to our room and lay down. I told her I would go with her later to the forge to show her where to hit the hot steel on which part of the anvil to get the shape she wanted. I realized later it was an offer that rubbed salt into her wounded pride.

Andie was a married girl from West Virginia. She and her husband had used all their savings for her plane trip to Oklahoma, getting a special fare with non-alterable dates. She had a horseshoeing job waiting for her upon her return, and her high hopes were dashed as she found herself unable to do things at which she hoped to excel. Maybe if she had not been paired with someone so obviously different, someone who at least to her appeared to be better educated and certainly not working class, she might have been less disillusioned. But here I was, whipping through the written work, having less trouble at the forge and shaping cold shoes, and as an added insult I was offering to show her how to do the work. Unable to accept what were very normal failures for the very first day of a two-week course, she became deeply depressed.

I found her in our room bathed in tears. Nothing I said and no help I offered assuaged her misery. She was sure she was a failure. After several hours of futile effort, I finally collapsed onto my bed and fell asleep in exhaustion.

At some point around one o'clock in the morning, Andie woke me shouting with desperation. She had spent hours trying to phone her husband to tell him she planned to return immediately and rescue their savings while she still could; but he hadn't answered the phone until the early morning hours. He had been in the hospital with her father, who had black lung disease and had become critically ill suddenly. She had then called the airline, only to find out she had to buy a return ticket and would be reimbursed later. Yelling and crying, poor Andie dashed round the halls, not knowing what to do.

I began to realize that things were going to get out of hand. All those good 0l' cowboys were holed up in the bedrooms, terrified, as Andie banged on their doors with God knows what end in mind. Twice she phoned the owner of the school, who tried to tell her that he would be happy to give her a refund, which she had to have in order to purchase a plane ticket, but no banks were open at that hour and no planes were leaving either. He said he would be there first thing in the morning to help her. That was all it took to push Andie right over the edge, and she took me with her.

The more she thought about the owner's reluctance to show up at the school immediately, the angrier she became. She made another round of banging on doors, shouting incoherently. A young man, Tim, also from West Virginia, not much bigger than but with brass you-know-whats, came out to help me settle Andie down, but she got wilder and wilder in her opinion of the school owner, and finally she decided that something had to be done. Her first idea was to take the fire extinguisher closest at hand and throw it through the glass of the little office. The more she thought about it, the better the idea seemed. Tim and I came up with some really off-the-wall reasons for not doing it--things that ranged from possible damage to the indispensible fire extinguisher to getting glass shards in a microwave, thus blowing up our collective meal supplies or freezing our digestive tracts. These reasons seemed to bear little weight with Andie.

A better idea illuminated her. With a mad glow of inspiration in her eye, she informed us that on second thought, she had decided to burn the place down. Now I really began to worry. I pictured those cowboys huddled at the head of their beds, covers pulled up over their eyes in terror, getting cooked to a nice turn in that tinderbox of a school. Tim sat horrified, convinced she was capable of carrying out her threat. And then, in a moment of what I was sure was inspired genius, I came up with a reason that I was certain would stop her ranting.

"Listen, Andie," I stated in my most maternal, reasonable voice, "if you do anything to the school, the only thing that is going to happen is that you'll get arrested and put in jail. If that happens, you won't get home in time to see your father alive. And how will that make you feel?"

"I don't care," she moaned, "I've been in jail before! I grabbed a doctor who called my dad an ol' worthless drunk and I threw him through a plate glass window!"

It is the absolute truth that the only thing that went through my mind then, over and over again like a mantra, was "Thank God she likes me! Thank God she likes me!"

From three a.m. until seven the next morning, Tim and I talked to Andie non-stop. I haven't a clue as to what we said; my mind had gone into automatic. But I remember Andie, sitting on the edge of her bed, rocking back and forth and saying the same phrases over and over again, crying miserably. I helped her pack and get her purse in order, since she was nonfunctional by this time. She received her refund and went off in a taxi to the airport.

I went to bed and managed to sleep until ten. I dragged myself off to the barn, where to my amazement, I was the heroine of the hour, probably due to Tim's version of the evening's enterainment. The boys couldn't do enough for me. They shaped my cold shoes, they shod my horses, they did my forge work, they accompanied me for lunch, and they talked to me until the sun set. In those few hours, I got to know where they were from and how they lived, and I loved them all. They came from places as disparate as Canada, Massachussetts, Australia, and New Mexico. They were answering a calling, trying something new, or out and work and searching for a better life. They wanted to know who I was and why I was there. I don't know what they thought about me, but I found them fascinating. Later in life, when too often I find myself surrounded by people so uptight they could make suppositories a thing of the past, I remember with fondness and pleasure my four days spent at the horseshoeing school, where I was immersed in a sea of real people living real lives.

Yes, only four days. By that time, the load of Mexican parasites I was carrying had put my digestive system out of whack; I was emotionally exhausted and too tired to do the work, so I went home, complete with leather apron, tool box, horseshoes, a portable forge and a huge tome on horseshoeing. I spent many happy hours helping to shoe my Andalusian stallion, tagging along with the vets as they attended hoof problems, and generally having a good time.

I often think of Andie and wonder what turn her life has taken. I worry about her. She was a good-hearted, generous girl to whom life had given little except obstacles. And I think of Tim. Are you out there, Tim? I love you.

miércoles, 7 de abril de 2010

lunes, 5 de abril de 2010

Primavera....











Dos recetas amátridas de Elva...

Champiñones adobados

champiñones frescos, lavados, escurridos y fileteados
chiles secos: pasilla, ancho, guajillo
ajo picado
cebolla rebanada en medias lunas
hierbas finas
aceite de olivo
consomé de pollo en polvo

Se caliente muy bien el aceita y se acitronan cebolla y los ajos (sin quemar). Se agregan los champiñones. Cuando suelten su jugo se agregan las hierbas finas y se dejan hasta que se seque la mezcla ligeramente.

Los chiles se hierven muy bien y se limpian de venas y semillas. Se muelen bien, se cuela esta salsa, y se agrega a los champiñones. Se agrega el consomé en polvo al gusto y se deja hervir a fuego lento hasta que espese ligeramente. Se come con tortillas calientes y los aditivos a gusto: lechuga, aguacate, etc.

Frijoles campesinos

frijoles limpios, remojados en agua desde la noche anterior (en el refri si hace mucho calor para que no se echen a perder), o sin remojar (la cocción será más larga).
ajo
cebolla
sal
tortilla fría
chile guajillo seco

Se tira el agua del remojo y se cuecen los frijoles en agua limpia con la cebolla, el ajo, y sal. Cuando estén tiernos, se destapan y se dejan reposar mientras se prepara lo demás de la receta.

Caliente aceite en una olla y dore la tortilla. Se retira la tortilla y se dora el chile guajillo, también retirándolo. En este aceite se ponen a freír los frijoles escurridos (sin tirar el agua de su cocción) y se aplastan ligeramente. Se agrega algo del caldo y se mueven los frijoles para que espesen. Se checa la sal y se rectifica si es necesario.

Estupenda recenta para preparar enfrijoladas o para comer tal cual.

Tinga de cerdo

Según los comensales, esta receta es huérfana.

1 kilo de carne de cerdo, sea pierna o lomo
agua
sal
pimienta
tomillo
cebolla
ajo

aceite vegetal
chile chipotle
cebolla
ajo
hojas de laurel
una lata (no de las chicas) de salsa de tomate (tomato sauce, disponible en HEB) o una lata chica de salsa y una lata de tomates rostizados.
sal
pimienta
orégano

Se corta la carne en trozos de dos pulgada; se cubren con agua, se agrega una cebolla partida en cuatro, dos o tres dientes de ajo aplastadas, el tomillo, sal y pimienta. Se cocina a fuego lento, parcialmente tapada, dos o tres horas o hasta que la carne quede desmenuzable. Luego de desecha el líquido, la cebolla, y los ajos, y con un aplastador de papas se desmenuza la carne (este método es muy fácil, no es necesario desmenuzar a mano).

Se caliente aceite en una sartén y se fríe la carne para que se tueste. Se agregan una cebolla y 3 dientes de ajo picados y se cocinan hasta suavizarse, cuidando de no quemar el ajo. Se agrega la lata de salsa, el chile chipotle molido (que viene ahora en lata ya molido) al gusto de acuerdo con lo picoso deseado, las hojas de laurel, y una buena cantidad de orégano. Si la mezlca queda muy seca, se puede agregar un poco de agua. Se cocina a fuego lento más o menos media hora. La tinga que sirve con cilantro picado, cebolla picada, aguacate en trozos, ya sobre tostadas o con tortillas calientes.

El propósito de freír la carne después de desmenuzada es para evitar que se haga una plasta indefinida sin cuerpo ni textura. Esta receta produce una carne de cerdo materialmente sin grasa excepto por el aceite vegetal usado en su cocción.

Mi ya famosa salsa marinara

Pensé que había puesto esta receta ya, pero parece que no, así que ahí les va.

Zanahoria finamente picada
Apio, igual
Cebolla picada
3 o 4 dientes de ajo, finamente picados
aceite de olivo
1 o 2 latas de tomates italianos marca Cento (dependiendo de la cantidad de salsa que se hace)
pasta de tomate (tomato paste); la mejor marca es Amore doble concentrado.
vino tinto
hierbas: orégano, tomillo, albahaca fresca, pimienta negra recién molida, sal gruesa.

Se fríen en aceite de olivo la zanahoria, el apio, la cebolla y el ajo hasta que las verduras estén suaves. Se agrega un buen chorro de pasta de tomate y se cocina para incorparar a las verduras. Se agregan los tomates y se rompen suavemente para soltar los jugos. (Si los tomates vienen con albahaca, ésta se extrae.) Se agrega vino tinto al gusto, las hierbas, sal y pimienta. Sé generosa con las hierbas y cuidadosa con la sal; al final de la cocción se checa la cantidad de sal nuevamente. Se cocina de una a dos horas, agregando un poco de agua si la salsa se espesa demás. Se rectifica la sal, y si los tomates parecen demasiado ácidos, se agrega un poco de azúcar para contrarrestar la acidez. Esta salsa se puede congelar.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Budín de pan, con las calorías completas!

Una receta amátrida.

8 huevos grandes
2 tazas de leche
2 tazas de crema para batir
1 1/2 tazas azúcar
2 cucharaditas vainilla o una vaina de vainilla con las semillas raspadas hacia la mezcla.
1/4 cucharadita sal
1/4 taza ron oscuro
1 baguette, cortado en pedazos de una pulgada (2.5 ctms).
1/2 cucharadita vinagre blanco
mantequilla sin sal

Batir los huevos. Agregar la leche, la crema, 1/2 taza de azúcar, vainilla, sal, y ron. Agregar el pan y dejar remojar de 45 minutos a una hora.

En una olla, agregar el resto del azúcar, el vinagre, y media taza de agua, y cocinar sobre un fuego alto hasta disolver el azúcar. Cocinar sin mover hasta que el azúcar se caramelice y tome un tono dorado oscuro, unos 10 minutos. Quitar del calor y con mucho cuidado para no quemarse, agregar 1/4 taza de agua, moviendo constantemente. El azúcar chispoteará, así que tenga mucho cuidado con esto. Derramar el azúcar en el fondo de un refractario redondo para hornear, cubriendo el fondo. Cuando se enfríe, untar los lados del refractario con la mantequilla.

Coloque el pan en el refractario, presionando para que todo quepa, y cubra con un círculo de papel pergamino (parchment paper). Coloque el refractario en un recipiente para hornear y agregar agua caliente a la mitad del refractario. Esto impedirá que se seque el budín. Hornear a 350°F durante una hora y cuarto o hasta que un cuchillo insertado en el centro salga apenas limpio. No hornear demás.

Dejar reposar cinco minutos, y luego suelte los lados del budín con un cuchillo y voltee sobre un plato para pastel. El caramelo saldrá encima.

Budín de pan con menos calorías...

Esto está bastante bien para los que de plano no pueden correr el riesgo de la carga total de calorías: 780 contra 300 por porción.

2 tazas leche light
3 huevos grandes
5 cucharadas azúcar
3 cucharadas mezcla para budín de vainilla (incluyo una receta para una mezcla casera muy buena)
2 cucharaditas extracto de vainilla
1/4 cucharadita sal
12 piezas de pan de canela (Nature's Own, en HEB) cortadas en trozos más o menos de 3/4 de pulgada
1/4 cucharadita canela molida

Mezclar la leche, los huevos, 4 cucharadas de azúcar, la mezcla para budín de vainilla y la sal. Agregar el pan y deja remojar unos 10 minutos. Colocar en un refractario cuadrado bien enmantiquellado, espolvorear la cucharada restante de azúcar encima junto con la canela, y hornear a 375°F unos 35 minutos. Dejar enfriar 30 minutos antes de servir.

Receta para una mezcla casera para hacer budín de vainilla

3 tazas de leche en polvo
1 1/2 tazas azúcar
1 1/2 tazas maicena
1 1/2 cucharaditas sal

Combinar todo muy bien con un globo (whisk). Dividir en cantidades de una taza y guardar cada taza en una bolsa de plástico. Se sobra mezcla, divida ésta en cantidades iguales para agregar a cada bolsa. Guardar las bolsas en un recipiente con tapa. Durará meses en el refri.

Para hacer budín:
1 taza de la mezcla
1/3 taza leche
1 1/4 taza agua
1 huevo
1 cucharadita extracto de vainilla
1 cucharada mantequilla sin sal, cortada en pedacitos.

Vacíe la mezcla en una olla y cuidadosamente agregue la leche y el agua. Cocinar sobre fuego lento hasta que espese y aparezcan pequeñas burbujas en las orillas. Cocinar dos minutos más, moviendo constantemente. Quitar la olla del calor. Bata la vainilla con el huevo. Agregar media taza de la mezcla caliente al huevo, moviendo constantemente, y luego agregar todo a la olla con la mezcla caliente. Mover con un globo y agregar la mantequilla. Vertir en cuatro flaneras y enfriar.

sábado, 6 de marzo de 2010

Pasta de inspiración griega

Una receta deliciosa!
Ingredientes:
pasta penne rigate
cebolla o chalot picada
abundante ajo picado
tomate cherry o grape, en mitades
albahaca fresca u orégano
queso feta, o queso de cabra
sal y pimienta

Cocine la pasta en agua sin sal.
En aceite de olivo, sofreír la cebolla hasta que se ablande; agregar el ajo durante un minuto. Agregar el tomate y sofreír para soltar lo dulce del tomate. Agregar la pasta y un poco del líquido de su cocción. Salpimentar, agregar el albahaca u orégano, y servir con el queso de cabra encima. Riquísimo!

domingo, 28 de febrero de 2010

El peligro de la estupidez voluntaria

Sendos libros escritos por pensadores norteamericanos lamentan no sólo el declive en el conocimiento general de la población, sino más aún, la adopción de actitudes que activamente rechazan el conocimiento: léase, los vociferantes participantes en el movimiento Tea Party. No es la primera vez que esto ha sucedido en EU, pero con la tecnología actual, las huestes de la estupidez voluntaria alzan una voz que se propaga más fácilmente. Es irónico que estos especímenes distribuyen su "mensaje" mediante instrumentos que son el resultado de un profundo conocimiento científico y la investigación tecnológica.

El rechazo del conocimiento y de la necesidad de indagar en el mundo que habitamos, en mi opinión, es siempre la consecuencia del sufrimiento psicológico: la rabia ante un mundo que nos confunde, el dolor de saber que hemos fallado en cosas muy importantes, el pánico que nos infunden los eventos y tendencias que no entendemos, que parecen ser la antítesis de nuestros supuestos valores y actitudes. Son esos valores y actitudes, que podríamos definir más certeramente como prejuicios y estereotipos, que se cuestionan actualmente: el matrimonio gay, el aborto, etc. Hay personas que toleran los cambios, y hay personas cuyo mundo se tambalea cuando es cuestionado. El último reducto de los empanicados es el rechazo del conocimiento y de la razón, disfrazado como un movimiento político y adornado con conceptos que parecen un parche mal hecho.

Las religiones que demandan un rechazo al conocimiento--de la historia, de la geología, de la paleontología--son aquellas que proponen una lectura literal de su biblia, como si ésta no fuera realmente una producción simplemente humana. Hay religiones que no batallan para compaginar la historia de la tierra con sus creencias, y por lo mismo no son partidarias de la ignorancia voluntaria, cuando menos en asuntos que no toquen los preceptos básicos de la existencia de un creador.

Lo terrible es que los estúpidos voluntarios son los más enojados, los más armados, los más violentos, los más inflamatorios en sus comunicaciones, y los más dispuestos a realizar actos de terrorismo doméstico como el trastornado que estrelló su avioneta en un edificio del IRS en Austin. De repente, este loco es el héroe de los igualmente locos adeptos del movimiento Tea Party, quienes rechazan toda forma de gobierno--no son ni Republicanos ni Demócratas, sino candidatos para el pabellón psiquiátrico más cercano. Como el loco estrellador dejó una diatriba escrita que echaba pestes al gobierno y al cobro de impuestos, se ha convertido en el mártir de los ignorantes voluntarios.

¿Sería menos nociva la ignorancia pasiva, supuestamente amable, de los religiosos que no hacen daño pero "piensan" que la tierra sólo tiene unos cuantos miles de años de edad? Eso depende de que si piensas que tenemos la obligación de abrir los ojos y la mente ante el asombro de la vida. Yo pienso que éticamente es nuestro deber agregar algo de conocimiento al mundo, pensar y aprender, ampliar nuestros horizontes aunque sea un poco. El que cierre su mente mediante la estupidez voluntaria eventualmente la cerrará ante otros seres humanos con necesidades o culturas distintas, ante libros que contienen propuestas diferentes, o ante los derechos de personas descalificadas en las religiones, como las mujeres.

Un estúpido voluntario es más nefasto que un simple estúpido, quien probablemente no tiene la culpa de su estupidez y tal vez no tenga la forma de remediarla. El estúpido voluntario ha rechazado lo único que podría salvar un mundo asediado por la sinrazón: el poder pensar.

jueves, 25 de febrero de 2010

La falta de resignación

Durante mucho tiempo, pensé que la mejor estrategia ante la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica era una especie de lucha--haciendo ejercicio (que sí ayuda), omitiendo hablar de la enfermedad con los demás para que no la tomaran en cuenta, etc.

Duró poco esa forma de manejar la situación porque una vez tras otra, fue necesario cancelar cenas, cambiar viajes, no asistir a eventos familiares, todo debido a mi pésimo estado físico, los dolores de cabeza mortales, y una fatiga de muerte. Llegó a tal grado que el dolor corproral realmente era lo de menos--cuando menos, en comparación con las migrañas y la fatiga. Decidí que era una soberana estupidez intentar hacer caso omiso, públicamente, de la fibromialgia, y ahora todo mundo sabe que la tengo.

Luego me di cuenta de que el peor aspecto de este mal tal vez no sea el mal en sí--no lo puedo asegurar, sin embargo, porque no sé qué tan severo se va a poner en el futuro--sino la esperanza que nace cada vez que sale un nuevo medicamento que me cura la fatiga durante varios meses, y luego deja de funcionar. Primero fue la amiltriptilina, que me permitía dormir bien pero que con el transcurso de las semanas deja de tener efecto porque el cuerpo se habitúa a la dosis. O le subes la dosis o te conformas. Opté por conformarme.

Salió la pregabalina, Lyrica, que quitó la mayor parte de los dolores del cuerpo y me ayudó a dormir un poco mejor también. (Los que tenemos fibromialgia dormimos endemoniadamente mal.) Pero también me acostumbré a la dosis, aunque sigo usando el medicamento.

La siguiente dosis de alivio llegó con el Plaquenil, un anti-palúdico que aumenta el sistema inmunológico. Me sentía como nunca, como no me había sentido en 20 años; no tuve que aumentar la dosis ni perdía su efecto. Sólo que descubrí, después de meses de sentirme mal del intestino, que Plaquenil tiene un efecto secundario digestivo, mismo que me estaba haciendo sentir tan mal que no lograba funcionar de día a día. He tenido que abandonar la medicina, y ya me siento formidable en cuanto a la digestión, y de la fregada en todas las demás áreas.

Hay un nuevo tratamiento en EU que no tarda en llegar acá, que no tiene efectos secundarios de consecuencia, pero como todos los tratamientos para la fibromialgia, nadie sabe por qué o cómo funciona. Es imposible ya que nadie sabe qué es la fibromialgia realmente ni qué la causa. Ese sí que es el colmo de vivir en la duda! No saben exactamente qué tengo excepto que tiene ciertos síntomas, nadie sabe a ciencia cierta qué provoca la fibromialgia, y nadie sabe por qué los tratamientos jalan!! Llámenme Karen la Conejilla, porque no me queda más que elegir seguir los tratamientos con la esperanza, esa cosa que muere al último, de que eventualmente me voy a sentir bien. Mientras tanto, me estoy colgando ajos para ver si ahuyento a la depresión terminal.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Bueno pues, en lo que es al menos un artículo...

Dios nos libre del deterioro galopante del idioma castellano en los medios televisivos. Si a algunos corresponsales se les pudiera eliminar el uso de "bueno pues", habría un enorme, y bendito, silencio en la pantalla. Una nota que tal merezca dos o tres minutos de un resumen competente se logra alargar hasta el fin de los tiempos mediante el diluvio de "bueno pues".

En Monterrey, una de las chicas que anuncia el clima (algo que se podría hacer en unos diez segundos)--por cierto, a estas chicas las viste su peor enemigo, o si no es eso, será que se han escapado de un table--llena los huecos cerebrales con una catarata de "al menos", con el resultado de que entre frase y frase tiene que jalar aire como si le hubieran dado un guamazo al estómago. La ropa que usan estas pobres "estrellas" del clima quita el aliento; parece salida de un pulga de mala muerte, y sin duda es el aspecto más interesante del reporte climático.

Pero el colmo es "en lo que es...". No es necesario decir "en lo que es la calle Zaragoza", carajo!
Nada más digan "la calle Zaragoza" y déjenos descansar de tanto aire caliente inútil, de tanta sofisticación idiomática falsa, y llenen el espacio de las noticias con...bueno pues...noticias!

lunes, 18 de enero de 2010

Stupidity is an equal opportunity employer

Si han estado siguiendo la supuesta controversia sobre los matrimonios gay y la adopción de niños por estas parejas en el D.F., sepan que lo único que no predomina es la información.



Por una parte, se ha visto en algunos estudios (son pocos los que se han realizado) que los niños que crecen con una pareja gay se identifican con el género que corresponde a su identidad biológica; por otro lado, estos niños suelen ser más tolerantes ante las diferencias de los demás--y si algo hace falta en el mundo actual, es la tolerancia.



Pero dejemos a un lado esto, porque nadie se ha molestado en buscar datos fidedignos. Los clérigos están al borde de una crisis de nervios gracias a las nuevas disposiciones en el D.F., y hacen todo menos buscar datos. Por un lado, su desinformación llega a un grado apabullante porque no distinguen entre la homosexualidad y la pederastia--un confusión nada sorprendente considerando la larga, larga historia de la iglesia católica con la pederastia y sus esfuerzos por "reformar" a los sacerdotes pederastas. Ese especímen, Marcial Maciel, es un excelente ejemplo de la ceguera selectiva de las autoridades eclesiásticas a costas de quién sabe cuántos niños traumados de por vida por esta alimaña.



Lo más sorprendente para mí es la aseveración de que las bodas gay afectan al instituto de la familia y los valores familiares. ¿Qué quiere decir esto? ¿Voy a deshacer mi matrimonio o mi familia porque una pareja de homosexuales se casa en el D.F.? ¿Me voy a ver tentada a fugarme con una amiga? En cuanto a los valores familiares, ¿cuáles? ¿Los que dicen, según la iglesia católica y muchas iglesias protestantes, que el jefe de la familia es el hombre y todos los demás acatarán sus órdenes? ¿El valor que dice que una sarta de eunucos--léase sacerdotes--que jamás ha sabido lo que es vivir en pareja o cuidar y amar a un hijo me dirá cuándo y cómo daré a luz? ¿Los valores familiares patriarcales que promueven todavía en todo el mundo la nulificación de la mujer como ser humano?



¿O serán los valores de amor, de cuidarse mutuamente, de promover el bien de los hijos, de estructurar una familia estable y abrigadora que permite el mayor desarrollo y protección de todos sus integrantes? Porque si es así, eso es precisamente lo que buscan las parejas gay que deciden comprometerse con esos valores a la luz pública, casándose. Muchísimos lo hacen ya en la vida cotidiana pero no cuentan con la protección legal del instituto del matrimonio que se encarga de reconocer la validez del compromiso. ¿Cómo atenta contra la familia que dos personas se comprometan a favor de los valores mencionados?

¿O será que el asunto está en otro lado? La iglesia se ha establecido como la única fuente de verdad, y los que han comprado ese cuento, al hacerlo, atribuyen a la iglesia un poder enorme. Esta dinámica--la iglesia como poseedora de la verdad, y los creyentes que la sostienen en esta postura--se ve amenazado cuando una autoridad social toma una determinación diferente, misma que en efecto desmiente que la iglesia tiene--o merece tener--el poder que intenta ejercer. No es realmente el asunto de los matrimonios gay lo que tiene a los clérigos con las pantaletas hechas nudo, sino la posibilidad de que un concepto de la viejísima línea oficial pueda derrumbarse en el D.F., lo cual exhibe que el poder de la iglesia descansa sólo y únicamente sobre la base de la creencia popular. Desde el momento en que la gente cuestione si la iglesia realmente posee la verdad, las paredes del Vaticano comienzan a agrietarse.

Lo que temen no es que dos personas del mismo sexo se casen; les da pánico la posibilidad de perder su poder.

El verdadero motivo...

Las razones que di para haber dejado de escribir en El Norte son verdaderas: cansancio, hartazgo con la carga de negatividad en las noticias, la falta de seguridad hoy en día cuando no sabes cuáles callos estás pisando (¡o sí sabes!), y ciertas presiones de tiempo en ese momento. Además, no me parecía ético estar escribiendo solamente para cobrar un cheque cuando la calidad de lo que escribía decaía.

Pero hubo otro motivo. El sesgo en la forma en que se escriben los encabezados es evidente: el esfuerzo siempre está dirigido hacia el intento de atribuir algo turbio o mal hecho, no importa qué tan engañoso sea el encabezado, no importa el sesgo que se le tiene que dar para que el lector, si se lleva sólo esa parte del periódico, piense mal de algo o de todo.

Un motivo de peso es la paranoia mexicana que de inmediato sospecha de "mano negra" o "arreglo tamaleado" cuando alguien tiene algo positivo que decir. No sé si son décadas de priísmo que han enseñado al mexicano a renegar hasta de haber nacido, de ver conjuras detrás de cualquier comentario o evento, o qué cosa. Pero no hay duda de que semejante condición mental de suspicacia terminal predomina en el medio periodístico. Una vez que escribí algo positivo sobre la Ciudad del Conocimiento, un compañero me advirtió que no me fuera con la finta (aunque no pude definir la finta) porque quién sabe, porque sepa la bola, porque a lo mejor...

Los que leen la página editorial saben que las malas noticias abundan y los problemas son atacados con ahínco, y en parte es la función del editorialista--opinar. Pero más vale que tu opinión sea negativa, mis estimados, porque la única opinión valedera es ésa. Hace tiempo osé escribir alabando la labor de Alejandro Páez como Secretario del Desarrollo Económico, porque en aquel entonces y en éste, me parece que hizo un trabajo estupendo. Los "powers that be" en El Norte me informaron que el artículo parecía un infomercial a favor de Páez. Si yo hubiera escrito mentándole la madre, la abuela, y la tatarabuela, apuesto el pellejo que lo habrían publicado. La negatividad vende periódicos, vende noticieros en televisión, y ayuda a alimentar la apabullante ignorancia del "man in the street", ese mismo que con tanta sabiduría oculta votó por en engendro de Madedito y el cero a la izquierda de Rodriguito Medinita. Con una recua de políticos que piensan que las fiestas navideñas son el momento para suspender las acciones anti-alcohol--es una forma solapada de control de natalidad...okay, no tanto control de natalidad como control de supervivencia de los ya nacidos...y se rehúsan a obligar a los dueños de carros a someterlos al examen anti-contaminante (¡puta, otro método de control de supervivencia, no me daba cuenta!), tener a una persona como Alejandro Páez al frente del desarrollo económico de Nuevo León fue maravilloso. Alejandro Páez no necesita trabajar como funcionario, no necesita el dinero, y seguramente no necesita la casi mítica molestia de hacerlo. Ah, pero aguas y digas algo bueno acerca de un político...hombre, como si fuera un evento tan cotidiano. Porque entonces son infomerciales.

Vivan los infomerciales. Adiós al periodismo. Hay muchas formas de venderse. No todas se pagan con dinero.

Historia de una denuncia

Hace unos meses, recibí la petición de mi amigo Luís Eduardo Villarreal, fundador del refugio para migrantes Casanicolás, para atender a dos hermanas centroamericanas que habían sido violadas en el sur de México. El camino desde la frontera sur hasta cuando menos el D.F. es una pesadilla de robos, matanzas, violaciones, y trata de personas.

En este caso, ya había indicado a Luís que llevara a las dos mujeres a un centro de salud para ver si se habían contagiado con una enfermedad de transmisión sexual. No supe el desenlace en cuanto a VIH porque las hermanas siguieron su camino rumbo a Estados Unidos, y ya no tuve noticias de ellas.

Cuando fui a hablar con ellas, su historia fue un horror más allá de lo que la mayoría de nosotros nos parece posible en México. Fueron bajadas del tren desde Tapachula con otras personas y violadas tanto vaginal como analmente. Una de las hermanas sufrió desgarramiento de los tejidos anales y siguió el resto de su viaje con un dolor terrible. Ellas hicieron lo que hacen todos los migrantes centroamericanos: se levantan y siguen hacia el norte. Los violadores no se limitan a violar a mujeres tampoco; según las hermanas, se sabe de algunos violadores contagiados de VIH que se dedican a esparcir su mal a hombres y mujeres por igual, y siempre a la fuerza. Este saber puede o no ser válido; como los migrantes de Centroamérica, al igual que los migrantes mexicanos de las áreas rurales, se sienten solos, desamparados, odiados, y a veces desesperanzados, no es raro que acepten prostituirse con tal de poder comer otro día más. Se contagian de VIH y otras enfermedades, pero al regresar a sus hogares--si es que regresan--no hablan de sus actividades sexuales en el extranjero y proceden a contagiar a su vez a sus parejas mexicanas o centroamericanas. No es posible realmente llegar a una conclusión acerca de esta "leyenda urbana", o en este caso, leyenda rural, pero dado el salvajismo que reina en todo el trayecto desde la frontera sur hasta el D.F., no me sorprendería que fuera cierta.

El desgarrador relato de las hermanas, más varias otras historias que he escuchado durante los últimos dos años de parte de los migrantes, hizo que regresara a la casa enfurecida. Sin creer que serviría de nada, me metí a la página web de la Presidencia de México y escribí un mail lleno de la furia que sentía.

Pasaron las semanas, y comenzaron a llegarme e-mails y correo no virtual: que alguien había tomado nota de lo que escribí, por ejemplo. El día de hoy recibí una carta más desde el Gobierno Federal (específicamente, de la Secretaría de Seguridad Pública, Lic. Daniel Tello, Secretario Técnico) avisando que mi solicitud (número 006448) fue turnado a la Oficina del Comisionado General de la Policía Federal "para su análisis y atención correspondiente".

Tengo que confesar que no sé realmente lo que ello significa. Una de las réplicas hace meses me informó en detalle sobre todos los datos necesarios para levantar una denuncia formal en el caso de las hermanas. Esta respuesta me inspiró a disparar de nuevo, esta vez explicando que el problema no es asunto de este caso en particular, sino de toda la red de delincuencia y criminalidad que infesta el país y que se dedica a explotar, robar, y ultrajar a los indefensos migrantes. Desde Tapachula donde toman el tren que llaman "La Bestia" o al cruzar Chiapas donde tal vez tengan más éxito evadiendo "la migra" mexicana, los migrantes mueren. El primer robo suele suceder literalmente al cruzar desde Belice, en las orillas del río. ¿Cómo puede México compadecerse de los migrantes mexicanos cuando todo el sur del país es un infierno que mastica y escupe a los migrantes centroamericanos por decenas y decenas de miles?

No abrigo muchas esperanzas. Me han turnado mi denuncia una y otra vez; no tarda el país en desarrollar el mismo resentimiento ante los centroamericanos que nos guardan los gringos allá, ya que trabajan ilegalmente por mucho menos, algunos recurren a la delincuencia, y vienen y van por México siendo extorsionados a cada paso, en cada momento, en cada pueblo. El mismo estilo de vida del migrante provoca trastornos emocionales, endurecimiento, depresión y síndrome de estrés postraumático. Los que ya tenían algún padecimiento psiquiátrico se enloquecen. Pero cuando la única otra opción es morir de hambre, se arriesgan una y otra vez.

Mi denuncia, entre el éter virtual y la burocracia, probablemente morirá, también, una y otra vez.