jueves, 2 de abril de 2015

PASIVO AL CUADRADO


En su libro “Naked Economics” (Economía al desnudo), el autor Charles Wheelan señala que un grupo minoritario determinado y bien organizado puede influir de forma impactante en las políticas gubernamentales, sociales o económicas aún en contra del bienestar en general.

    Este fenómeno se debe a que el resto de la sociedad no considera el tema del grupo de suficiente importancia como para justificar acción.  El ejemplo que da el autor es el siguiente: el gobierno estadounidense desde hace décadas paga subsidios a un pequeño grupo de productores de cierto tipo de lana para que éstos puedan seguir económicamente activos. Al resto de los ciudadanos de aquel país les importa poco la relativamente pequeña cantidad del erario destinada a este renglón a pesar de que sus impuestos son usados para tal fin.  Los rancheros que crían estas ovejas y producen esta lana simplemente operan bajo el radar de la vasta mayoría de la población.

    Mucho peor es el ejemplo de la ley de la Prohibición, cuando un grupo vociferante, moralista, y equivocado logró imponer sus puntos de vista sobre el país entero, disparando una de las peores oleadas criminales en la historia del país y dando un ímpetu a la incipiente mafia americo-siciliana que no ha cesado hasta la fecha. 

     México tiene una abundancia de grupejos vociferantes que intentan proteger intereses políticos o comerciales, o que trabajan en contra de los intereses políticos y/o sociales de gobiernos, partidos, y organizaciones.  La enorme pasividad tanto de la población—con algunas excepciones—como de las autoridades federales encargadas de mantener un nivel funcional de orden y paz es simplemente inaceptable.

    La pregunta es, ¿qué impide la actuación del gobierno federal en casos obvios de desorden e ingobernabilidad?  ¿Qué clase de autoridad tenemos que no puede, o no quiere, hacer lo necesario para proteger el derecho a votar en los estados como Guerrero y Oaxaca? 

    Una parte de la respuesta es el temor a la opinión extranjera que nos tachará de represores.  Otra parte es el temor a la opinión pública mexicana en tiempos electorales.  Lo que el Gobierno Federal no parece entender es que parte del hartazgo que sienten los ciudadanos es causada precisamente por la impunidad que el mismo Gobierno solapa y promueve con su pasividad.  Los ciudadanos están hartos, mas pasivos; el Gobierno Federal es pasivo por temor, y el país padece todas las consecuencias negativas aumentadas al cuadrado de esta doble pasividad.

    Una de las consecuencias es el sentir de muchos ciudadanos que parecen añorar a un caudillo; demasiada gente pensó que la democracia todo lo iba a resolver como arte de magia, y como ello no ocurrió, tenemos que regresar a los tiempos en que “las cosas sí se hacían”.  El proceso de aprender cómo ser un país democrático es largo y a veces el camino no está pavimentado, pero se tiene que andar.  El mayor peligro para la democracia mexicana es un Gobierno que no ejerce su legítima y democrática autoridad; ¿quién no añoraría un gobierno “que sí hace las cosas” cuando el que tenemos no parece ser capaz de parar movimientos violentos; que permite el bloqueo de carreteras y calles al detrimento de los demás ciudadanos; que sigue en eternas mesas de diálogo con grupos que no están ahí para realmente dialogar; que consecuenta la violación de los derechos humanos de miles de mujeres indígenas por temor a ser etiquetado de “anti-indigenista”; que tolera un gobierno del Distrito Federal que viola los derechos de tránsito de cientos de miles de ciudadanos y que permite actos vandálicos sin precedente en tiempos de paz?

     El Gobierno Federal es el encargado de proteger el crecimiento de la democracia mexicana, facilitando un espacio y las condiciones para ese crecimiento; pero cuando es retado con violencia, no sabe responder consistentemente. Pasivos nosotros y pasivo el Gobierno: una fórmula riesgosa.