viernes, 20 de febrero de 2009

Yo, paciente...

Colocarse uno en la condición de "paciente" dentro de un hospital es una forma de entregar la posesión del cuerpo a otros con la esperanza de que tal entrega resultará en la curación de un mal actual o el poder evitar un mal a futuro.

El mundo de la medicina se caracteriza por dos discursos, uno de los cuales los pacientes compartimos: que la medicina es bondadosa y nos contempla como seres humanos completos. El otro discurso es más oscuro y nos afecta directamente: dice que el que merece ser doctor muestra ese merecimiento a través de una prueba dura llamada "residencia". Esa prueba incluye no dormir bien durante días, comer mal o no comer, lidiar con una carga de trabajo que cierra la puerta definitivamente ante la posibilidad de ver a cada paciente como una persona con historia, cultura, familia, y particularidades. El paciente se vuelve un cuerpo con un conjunto de sistemas orgánicos, y cada sistema pertenece a una u otra especialidad médica.

Se ha documentado en muchos países que el cansancio y la fatiga producen errores médicos. "Error médico" es una forma de decir que yo, paciente, sufriré en mi cuerpo, en mi vida, un daño que me puede inclusive acortar esa vida--o terminar con ella de tajo. Los dos discursos médicos crean conflicto y estrés en los residentes porque son diametralmente opuestos: el segundo discurso relega al paciente a segundo término en aras de que los residentes "prueben" sus méritos mediante el maltrato a manos del sistema educativo. Yo, paciente, sólo soy el medio que se usa para poner a prueba a los residentes. Si soy la primera de 30 pacientes, tal vez las notas en mi expediente serán atinadas y concordarán con mi mal. Si soy la última de 30 pacientes, e ingreso a las cuatro de la mañana, es harto posible que las notas de mi ingreso serán incompletas, o hasta inventadas. No hablo por hablar: mi trabajo con residentes médicos es la fuente de esta información.

Los residentes no están contentos con este sistema, pero el cambio es muy difícil. El mundo médico no suelta esa idea de una prueba por dureza, por sacrificio, por fatiga. Lo que no ve el mundo médico es que yo, paciente, seré la sacrificada, no el residente. El residente puede sufrir un castigo, una regañiza, pero mi cuerpo es el instrumento del aprendizaje, no el del residente.

Me declaro en guerra. Quiero que el residente que me atienda tenga descanso, coma bien, cuente con una vida por fuera del hospital, tenga tiempo para leer y estudiar, para relajarse y desarrollar una red social y de apoyo. Me rebelo ante la idea de que mi cuerpo sea una mera herramienta de enseñanza para un aprendiz tan cansado que no puede ni leer bien las notas que ya existen en mi expediente. Me rebelo ante la idea de que un residente así de agotado me recete un medicamento, y que mi cuerpo esté a cargo de personal de enfermería que se dedica a hostigar al residente, impidiendo que duerma--porque le agarraron tirria--cuando mi vida está en juego.

El cambio viene, porque tiene que venir. El simple hecho de que estas cosas ya se pueden hablar en el sistema educativo médico es señal del cambio. Pero como paciente, seguiré en guerra hasta que me vea el mundo médico como una persona entera. Sólo entonces podré ceder temporalmente la posesión de mi cuerpo. Seguiré en guerra por todos los que tienen tanto miedo que no se atreven a hablar y sólo pueden sufrir en silencio. Declara tú también la guerra.