viernes, 10 de julio de 2015

EXCESO DE SENTIDO


En una conversación reciente con algunos colegas, salió a relucir un comentario de Albert Camus sobre el suicidio.  Como bien reconoció Freud, cada vez que se hallaba pisando terrenos psíquicos misteriosos para explorarlos, encontraba las pisadas de los poetas que lo habían precedido, y el tema del suicidio no es una excepción.

  La sabiduría popular reza que el suicidio sucede cuando una persona no encuentra un sentido a su vida.  Camus sabía, sin embargo, que un individuo se suicida cuando su vida tiene un exceso de sentido.

  Cualquier psicólogo clínico puede confirmar lo preocupante de estar acompañando en psicoterapia a un paciente que desee quitarse la vida.  Las formas de morir no se limitan a aquellos actos fácilmente reconocidos como letales, sino que incluyen la anorexia, la bulimia, toda la gama de conductas riesgosas desde los actos sexuales sin protección con gente desconocida hasta manejar sin precaución. 

   Los pequeños suicidios metafóricos en la gente joven no son raros: mutilarse, cortarse, perforarse, quemarse, someter el cuerpo al dolor de mil formas, a veces con el paradójico fin de saberse vivo, ya que se siente muerto, o de poseer mediante el dolor un cuerpo que no se sabe propio. 

  ¿Qué quiso decir Camus al hablar de un exceso de sentido?  Nos tiene que preocupar, porque existe una particular relevancia cuando vemos con tristeza el número de jóvenes que piensan en la muerte. 

   El informe de la Organización Mundial de la Salud sobre violencia nos dice que el suicidio, como acto cumplido, tiende a presentarse con mayor frecuencia entre los individuos que envejecen, pero en términos absolutos, hay más suicidios entre las personas menores de 45 años de edad.  Este perfil difiere notablemente de aquel de hace 50 años: el número absoluto de suicidios tendía a aumentar junto con la edad.

   Actualmente, la incidencia de suicidio es mayor entre los individuos menores de 45 años en una tercera parte de todas las naciones, independientemente de su nivel de desarrollo o riqueza.  Este es un cambio impactante, y de seguir así, pronto no sólo en términos absolutos, sino también en proporciones, serán los individuos relativamente jóvenes los que se quitan la vida.

   ¿Qué llevaría a una persona a querer morir en la plenitud de su vida?  ¿Por qué quisiera morir un adolescente o un adulto joven, con toda la vida por delante?

   Tal vez sea más fácil observar la verdad plasmada en la opinión de Camus cuando se trata de un joven con deseos de morir, aunque es válida la observación a cualquier edad.  ¿Cuáles desilusiones, qué vaciedad puede haber en una vida que apenas arranca?  ¿Qué podría interferir tan mortalmente en la realización de lo que Freud consideraba la salud del alma: amar y trabajar?

   Si tuviera que resumir brutalmente la respuesta en una frase única, sería: el letal peso del deseo ajeno.

  No es la falta de valores, aquella trilladísima frase que ha quedado sin sentido ya, pero sí puede ser una forma muy particular de desilusión: la desilusión consigo mismo del que no puede cumplir las expectativas imposibles de un otro, expectativas silenciosas que se transmiten de mil maneras.  Es el hijo que no puede realizar la consigna de rescatar el matrimonio de sus padres, de ser el sustituto emocional de su padre o madre, la joven cuyo único campo de autonomía es el alimento que se rehusa a ingerir. Son los jóvenes que sólo encuentran un camino a la libertad de tantísimo exceso de sentido mediante la muerte.

   Casi todos los que trabajamos en la psicología clínica hemos encontrado a jóvenes cuyo significado y sentido yacen en la consigna de, precisamente, morir, una orden emitida por la locura ajena de padre, madre, o abuelos.  La importancia de su vida se halla en la necesidad de sacrificarse para salvar a algún otro, de realizar una peculiar forma de homicidio en representación de ese otro, y practicado sobre ellos mismos.

   Para estas personas, su dilema no se compone de las imposibilidades de ser perfectas, de ocupar lugares de otros, de cargar con las necesidades emocionales de seres queridos, sino de servir a los vivos a través de una muerte.

  El terrible peso de semejantes deseos ajenos reside en su invisibilidad al ojo común, y su insidiosa actuación dentro del individuo se percibe como un vacío, un hastío, una ausencia de los placeres ordinarios de la vida cotidiana.  Por eso lo que reporta el involucrado es un árido llano gris sin horizonte, un paisaje ni siquiera de pesadilla, sino de desolación callada. 

   La sabiduría de esta observación de Camus señala el camino a la salvación, pero parece ser un camino poco reconocido: la vida cobra importancia cuando al individuo se le resta la misma.

   Para el que desee morir, no hay que luchar por enseñarle cuán importante es, cuántos valores bellos contiene la vida, cómo lo quieren otros.  El que desee morir sufre ya de una importancia excesiva que no quiso, valores que no son suyos, amores que matan.  El aire que deseara dejar de respirar está vacío: su oxígeno ya lo consumieron otros.

  El que desee morir requiere la enorme libertad de ser insignificante, ordinario, común y corriente. Necesita andar por el mundo descubriendo sus propios deseos. Tiene que deshacerse de las cadenas de la omnipotencia imposible y la perfección inalcanzable. 

  No le hacen falta las lecciones moralistas, llenas de acusación disfrazada de cariño, para agregar a su culpabilidad y su rabia. 

  Su alma requiere ese silencio lleno de vida que reconoce nuestra impotencia ante la muerte.  No es el silencio de la desesperanza, sino de la escucha.  Existe un destello de salvación en el mensaje de un ser querido, dispuesto a amar sin acusar, que se confiesa indefenso ante el deseo de morir del otro.

  En el horizonte vacío de su existir, que se reconozca la validez de un solo deseo suyo, aunque sea la muerte, puede ser el inicio de la vida, una vida felizmente sin exceso de sentido.

  karen_batres@yahoo.com

  

lunes, 4 de mayo de 2015

A slight difference...

In science, a theory is a comprehensive explanation of observed phenomena which manages to cover all bases.  Its value can be seen when the scientific theory is used to predict events--the arrival of a comet, the shape of a hummingbird bill as derived from the shape of the flower it feeds upon, the existence of subatomic particles which explain the behavior of atoms--and are subsequently discovered.

A hypothesis is not a theory.  A scientific theory does not mean that someone has an opinion about something; it is a set of FACTS.  A hypothesis is a tentative explanation of observed phenomena that cannot attain the status of theory until the scientific method has provided enough evidence to support the explanation.  Only then does it become a theory, a term indicating its validity in the face of testing.

This means, of course, that the theory of evolution is not someone's opinion.  It is a set of facts.  The difference between science and other types of thinking is that science never claims to have discovered the ultimate truth, since as science itself advances in its ability to observe phenomena, new events may come to be known.  It is precisely science's astonishing ability to observe more and more of the cosmos that is so exciting and ground-breaking.

Nothing so far, however, has been able to undermine the facts on evolution.  Quite the contrary, it has been enlarged by many thinkers who add a swirl here, a squiggle there, to enrich it hugely.

So when someone tells you that evolution is "only" a theory, that person really means that it is just someone's opinion.  The person does not understand what a scientific theory is and cannot distinguish it from a hypothesis.  Most of these people, however, are uninterested in the difference, since their agenda is usually religious, where they want you to accept a given truth and stop thinking.

It would be well to note that Isaac Newton, one of the greatest scientists who ever lived, was a religious man, as were many others before and after him.  The difference, however, is that their God was impressive enough to work with atoms, subatomic particles, calculus, gravity, the Big Bang, eons of time, DNA, the primeval ooze, and the evolution of life.  Newton didn't go around scared silly of finding out that orbits are elliptical and Darwin wasn't appalled into silence at the idea that all life crawled out of some mudflat (a fact that DNA has amply proven).  Their God was not one of these prissy little man-made, small-brained creations that don't want you to think.

Their God was magnificent, flinging the universe down as a challenge, defying humankind to discover its fathomless secrets bit by bit, century by century, one atom at a time.  Now that was a God not made in man's image.

IDIOCY SQUARED


Sometimes people do stupid things, even really smart people.  But Texas seems to have a degree of inspired stupidity that simply takes the breath away.

    The bunch of I’ve-got-a-steel-rod-up-my-ass defenders of freedom and hatred who set up some kind of cartoon roast of Mohammad in Garland, Texas, probably—no, surely—haven’t read the Quran and are clueless as to the actual teachings of Mohammad.  They are simply setting up an anti-Islam demonstration of freedom of speech and world-class, slack-jawed, drooling idiocy.  They are unable to distinguish between Arab culture and Islam, one of which (the former) causes lots of trouble for anyone and everyone, and the latter, which is a religion just like the rest of ‘em—you can read anything you want to in so-called holy scriptures not matter what the brand.

    Most of the United States is quite conservative by world standards, but Texas is so far to the right it may fall off the edge of the world at any moment.  They can do this because they are still back there in the flat-earth crew; many of Texas’ churches preach that man and dinosaur lived at the same time and that humankind has been just like it is now, having sprung fully developed from the forehead of…no, wait, that is mythology.

    As someone in San Francisco said to me when he heard about people living alongside dinosaurs back in the day, “Hell, we must have been a lot faster than we are now.”

     It is ironic that these groups are proof positive that evolution is a sound scientific theory, because looking at them, you can see that some of us didn’t quite make it.  No chimp or gorilla would do anything even remotely as stupid as setting out to insult someone they know nothing about and writings which they haven’t read.  There is always the exciting prospect that Texans are the missing link, but, to toss a wet blanket over that notion, it is more probable that they are the link between some primitive ancestor and the big primates of today, except for humankind.  Some have even put forth the theory that these groups prove that you can, in essence, devolve instead of evolve.  This is a scary idea indeed, and considering the numbers of people who reject anything scientific, it could be that the U.S. is upon a terrible path backward.

    Except Austin.  Austin rocks.  Austin calls itself weird, but Austin doesn’t know what weird is.  Austin thinks that if you have big music festivals, fantastic restaurants, aging hippies and young hippies, and lots of very smart people, it makes you weird.  Not really.  It just makes you fun.  Weird in Texas, maybe…

     One of these days Austin is going to have to secede from Texas, kick out the Lege, and set itself up as a republic.  The new capital of the former Texas, soon to be known as “Duhland”, could be Garland.  It has a certain ring to it…Garland, Duhland…and the state animal could be the velociraptor.  The pterodactyl probably won’t be the  Duhland state “bird” because it’s possible no one can spell it.

   

jueves, 2 de abril de 2015

PASIVO AL CUADRADO


En su libro “Naked Economics” (Economía al desnudo), el autor Charles Wheelan señala que un grupo minoritario determinado y bien organizado puede influir de forma impactante en las políticas gubernamentales, sociales o económicas aún en contra del bienestar en general.

    Este fenómeno se debe a que el resto de la sociedad no considera el tema del grupo de suficiente importancia como para justificar acción.  El ejemplo que da el autor es el siguiente: el gobierno estadounidense desde hace décadas paga subsidios a un pequeño grupo de productores de cierto tipo de lana para que éstos puedan seguir económicamente activos. Al resto de los ciudadanos de aquel país les importa poco la relativamente pequeña cantidad del erario destinada a este renglón a pesar de que sus impuestos son usados para tal fin.  Los rancheros que crían estas ovejas y producen esta lana simplemente operan bajo el radar de la vasta mayoría de la población.

    Mucho peor es el ejemplo de la ley de la Prohibición, cuando un grupo vociferante, moralista, y equivocado logró imponer sus puntos de vista sobre el país entero, disparando una de las peores oleadas criminales en la historia del país y dando un ímpetu a la incipiente mafia americo-siciliana que no ha cesado hasta la fecha. 

     México tiene una abundancia de grupejos vociferantes que intentan proteger intereses políticos o comerciales, o que trabajan en contra de los intereses políticos y/o sociales de gobiernos, partidos, y organizaciones.  La enorme pasividad tanto de la población—con algunas excepciones—como de las autoridades federales encargadas de mantener un nivel funcional de orden y paz es simplemente inaceptable.

    La pregunta es, ¿qué impide la actuación del gobierno federal en casos obvios de desorden e ingobernabilidad?  ¿Qué clase de autoridad tenemos que no puede, o no quiere, hacer lo necesario para proteger el derecho a votar en los estados como Guerrero y Oaxaca? 

    Una parte de la respuesta es el temor a la opinión extranjera que nos tachará de represores.  Otra parte es el temor a la opinión pública mexicana en tiempos electorales.  Lo que el Gobierno Federal no parece entender es que parte del hartazgo que sienten los ciudadanos es causada precisamente por la impunidad que el mismo Gobierno solapa y promueve con su pasividad.  Los ciudadanos están hartos, mas pasivos; el Gobierno Federal es pasivo por temor, y el país padece todas las consecuencias negativas aumentadas al cuadrado de esta doble pasividad.

    Una de las consecuencias es el sentir de muchos ciudadanos que parecen añorar a un caudillo; demasiada gente pensó que la democracia todo lo iba a resolver como arte de magia, y como ello no ocurrió, tenemos que regresar a los tiempos en que “las cosas sí se hacían”.  El proceso de aprender cómo ser un país democrático es largo y a veces el camino no está pavimentado, pero se tiene que andar.  El mayor peligro para la democracia mexicana es un Gobierno que no ejerce su legítima y democrática autoridad; ¿quién no añoraría un gobierno “que sí hace las cosas” cuando el que tenemos no parece ser capaz de parar movimientos violentos; que permite el bloqueo de carreteras y calles al detrimento de los demás ciudadanos; que sigue en eternas mesas de diálogo con grupos que no están ahí para realmente dialogar; que consecuenta la violación de los derechos humanos de miles de mujeres indígenas por temor a ser etiquetado de “anti-indigenista”; que tolera un gobierno del Distrito Federal que viola los derechos de tránsito de cientos de miles de ciudadanos y que permite actos vandálicos sin precedente en tiempos de paz?

     El Gobierno Federal es el encargado de proteger el crecimiento de la democracia mexicana, facilitando un espacio y las condiciones para ese crecimiento; pero cuando es retado con violencia, no sabe responder consistentemente. Pasivos nosotros y pasivo el Gobierno: una fórmula riesgosa.

viernes, 27 de marzo de 2015

EL FRAUDE


Varias organizaciones internacionales que vigilan la honestidad en etiquetas y orígenes de productos vendidos globalmente concuerdan en que la venta del aceite de oliva es probablemente el fraude agrícola mayor.

    Dos terceras partes (en realidad un poco más) del aceite de oliva extra virgen en el mercado estadounidense ni llenan los requisitos de extracción para la designación “extra virgen”, y en algunos casos el producto contiene aceites que no provienen de la aceituna.

    El aceite extra virgen es extraído de la aceituna con un proceso mecánico en frío que conserva las propiedades de sabor y nutritivas del aceite; el producto así fabricado es más caro que un aceite que es el resultado de un proceso más comercial que utiliza el calor, o que proviene de una extracción secundaria.  Y de ahí el interés de los fabricantes en el fraude: venden un producto inferior a un precio superior.

    ¿Cómo saber qué comprar?  En primer lugar, el vidrio de una botella de aceite de oliva extra virgen es oscuro para proteger el producto de la luz solar que deteriora las cualidades del aceite.  Si se encuentra en un pasillo del súper donde da el sol, es mejor no comprarlo.  Si el vidrio no es oscuro, eviten el producto.

    La lista de ingredientes suele ser tan pequeña que hay que usar lupa para enterarse de todo; pero además, no hay garantía de que la etiqueta no mienta.  El asunto de la etiqueta es el corazón del fraude, por supuesto.  Se ha visto que la mitad del aceite de oliva que se vende como “italiano” es de España, un pequeño dato que la etiqueta no revela.

    Tanto la marca Filippo Berio como Carbonell han sido implicadas en el fraude, aunque ello no quiere decir que todos los aceites de esas marcas sean adulterados.  Es un poco más seguro comprar un aceite orgánico o con designación de origen, y siempre con una fecha de caducidad en la botella, ya que el aceite se deteriora con el tiempo.

    Compré seis botellas de aceite de oliva para examinarlas.  Una botella pequeña de Carbonell venía en vidrio amarillento, aunque el sabor era algo afrutado y agradable.  Las demás botellas (Filippo Berio, Farchioni, y dos botellas Central Market de HEB) venían en vidrio casi negro.  La marca Central Market tiene designación de origen y es un aceite orgánico.  La marca Farchioni implica en la etiqueta que es un aceite orgánico pero la palabra que se usa en italiano es “biológico”.  En tal caso, lo único que se puede inferir sin error es que el producto no contiene ingredientes no biológicos, pero sí podría contener aceites que no son de oliva.  No obstante, hay una fecha de caducidad, instrucciones de guardar la botella lejos de la luz y el calor, y no desecho que estén diciendo la verdad.

     El sabor del aceite puede ser afrutado, pimentoso, algo amargo, pero siempre con la sensación de que no hay cosas raras—mustio, por ejemplo, o agrio.  El aceite extra virgen se usa en ensaladas y otras preparaciones donde el sabor importa mucho; si ustedes compran el aceite por sus efectos benéficos en la salud, lo más seguro es el tipo extra virgen.  Si simplemente desea un aceite más sano para cocinar, el aceite no tiene que ser extra virgen, pero sí tiene que ser de oliva.  Las adulteraciones con aceites de otras fuentes son inaceptables porque algunos de estos elementos de adulteración son nocivos para la salud.

    En general, los aceites más sanos, aunque ustedes no lo crean, son ghee, o mantequilla clarificada, aceite de oliva, y manteca de cerdo.  Los más recientes estudios sobre las grasas muestran, en primer lugar, que el colesterol en la dieta no tiene nada que ver con el sanguíneo, y que las grasas animales son sanas.  Para los que quieran leer más, ahí les va la lista de fuentes:

The Big Fat Surprise, de Nina Teicholtz (el más divertido de los libros)

The Great Cholesterol Myth, de Sinatra y Bowden (son un poco exagerados pero los estudios que citan son buenos y profesionales)

Overdosed America, de Abramson

Overdiagnosed, de Welch, Schwartzl, y Woloshin

     Información sobre el fraude del aceite de oliva se puede encontrar en Internet; son muchas fuentes, algunas mejores que otras, pero es una lectura muy interesante.

   

   

 

     

miércoles, 25 de marzo de 2015

EL EXTREMISTA


En las semanas después del ataque a Charlie Hebdo, y después también de escenas de barbarie de parte del Estado Islámico y Boko Haram, después de la cantada “primavera árabe”, después del ataque en Tunis que causó la muerte de varios turistas que visitaban un museo, se ha hecho evidente que el mundo occidental no comprende las bases ideológicas de estos primitivos movimientos.

    Los más extremistas de los proponentes del Islám han dicho claramente que la democracia es una violación de los preceptos religiosos; sólo su dios y sus leyes plasmadas en el Quran pueden gobernar un pueblo, y es una vejación que el hombre pretenda gobernarse por sí solo.

    Ed Husain, otrora extremista, explica claramente en su libro, “El Islamista”, cómo es el proceso mediante el cual un musulmán de segunda generación en Inglaterra se convierte en un individuo dispuesto a abandonar todos los valores familiares y culturales de su crianza y devenir enemigo del pueblo que los acogió.

    Explica que la segunda generación se encuentra en una especie de limbo: no es igual a los padres que emigraron y se establecieron en un país no musulmán porque no comparte la historia cultural de los progenitores.  Pero como estas comunidades de inmigrantes tienden a vivir en enclaves con sus semejantes, muchos de la segunda generación tampoco se integran plenamente en la sociedad inglesa (o francesa, o italiana, o sueca, etc.).  El resultado suele ser una especie de inquietud ansiosa que busca una identidad que apacigüe la sensación de no pertenecer en ningún lado.

    Esta generación es especialmente vulnerable a líderes dinámicos que plantean el Islam no como una religión de vida espiritual sino como una consigna de acción, sobre todo acción política con fines de establecer el estado islámico.  Parte integral de la postura es el rechazo de todos los “musulmanes a medias”, que incluyen a la generación anterior, los líderes árabes de países que colaboran con Estados Unidos (Arabia Saudita es especialmente señalada), y cualquier país no musulmán.  La ideología es usada para crear odio.

    Este concepto de rechazo gana fuerza con incidentes como la guerra de los Balcanes en la cual la población musulmana de Bosnia sufrió atrocidades (que por cierto fueron filmadas y las películas usadas para la radicalización del autor del libro mencionado). Los líderes islamistas que reclutan a los jóvenes hacen hincapié en que el mundo de occidente reaccionó tarde para abordar el conflicto armado en Balcanes, y lo atribuyen al hecho de que estos países no tienen interés en el destino de las poblaciones musulmanes.

  Paso a paso, Husain describe cómo los “activistas” que no proponen la radical politización del Islam van perdiendo influencia ante el deseo de esta segunda generación de “hacer algo”, de establecer su identidad como musulmanes (a pesar de que muchos no comprenden plenamente las enseñanzas del Quran), de desahogar resentimientos que ellos mismos han ayudado a crear al no querer integrarse a la sociedad del país donde nacieron, atrapados como son entre la cultura de sus padres y la tendencia de aislarse en comunidades de sus semejantes, por un lado, y la modernidad de Occidente por otro.

    Esta es tierra fértil para líderes extremistas que con táctica, sagacidad, y un dominio psicológico de las necesidades de los jóvenes, logran sembrar sus semillas de odio y violencia.  Estos son los jóvenes que salen de Inglaterra, Francia, Alemania, España e Italia para luchar con el Estado Islámico. 

    El mundo occidental no parece entender esto.  Todo lo atribuye a “prejuicios” y “racismo” del país anfitrión sin reconocer que hay personas que no desean integrarse aún si pueden. Otros inmigrantes han superado el racismo y el prejuicio para convertirse en parte de la sociedad adoptada; pero la presencia del extremismo islamista es una trampa terrible para la segunda generación de musulmanes en Occidente, y para el mundo entero.

   

jueves, 5 de febrero de 2015

EL BRONCO Y LAS TRANCAS



Jaime Rodríguez Calderón hace gala de la necesidad de extirpar a los políticos corruptos, malos, y flojos.  Expone sus puntos de vista en un video en redes sociales, colocándose una vez más como el paladín de los ciudadanos y el azote de los partidos podridos.

     Siempre es delicado hablar de la deshonestidad de otros antes de examinar la limpieza de las propias ropas.  Hace muchos meses, mucho antes de los tiempos establecidos en los reglamentos electorales para las campañas, los grandes panorámicos anunciaban las posturas de Rodríguez Calderón.  El truco utilizado para brincar estas particulares trancas resultó ser la frase “la película” al calce de los panorámicos, como si se tratara de un film biográfico sobre los quehaceres del sujeto en cuestión. 

    No sé qué me resulta más burdo: el truco y la incapacidad de los reglamentos electorales de contemplar semejante ardid, o la deshonestidad del auto-nombrado ejemplar de la honestidad.

    Es la maniobra más vieja de todas presentarse como “el candidato desde fuera” del orden político que llega para limpiar el mugrero.  La maniobra es vieja porque suele ser eficaz, cuando menos así ha resultado en Estados Unidos donde es usada en cada campaña presidencial reciente.  La desconfianza estadounidense en sus políticos no es muy distinta a la nuestra a pesar de la gran diferencia en la historia de cada país.  Esto se debe en gran medida a la naturaleza actual de las campañas electorales, cargadas como son de propaganda que se extiende como fuego debido a la tecnología moderna.  Cualquier insinuación, insulto, táctica propagandística, rumor, tergiversación, o mentira recorre la población a la velocidad de los electrones.  Lo mismo sucede con la información, las verdades, el análisis, las dudas, y las preguntas.  Pero por encima de las demás cosas, se buscan candidatos con un perfil popular, sonrientes, simpáticos, comunicativos, capaces de atraer a la gente sin poner demasiado en juego sus calificaciones para la chamba que buscan.  Y cuando los elegimos basándonos en esas características, desilusionan.  Nos caen bien y eso nos ahorra la molestia de analizar sus capacidades y su historia.  Pagamos el precio luego.

    Los ataques masivos, pintando a todos los partidos y a todos los políticos con la misma brocha negativa, es una maniobra común para que un candidato se distinga tajantemente de “los otros”.  Es tan injusto como deshonesto, pero utiliza nuestra desilusión y desconfianza, por no decir nuestra abismal flojera, para ahorrarnos el trabajo de cuestionar y analizar.  O tal vez, de leer.

    Hay de trancas a trancas.  Algunas son los impedimentos de la vida que requieren persistencia y valor para brincar, para lograr las metas planteadas, para salir adelante aunque sea a contracorriente.

    Otras se llaman “leyes”.  Habría que pensar que los ciudadanos vamos a pagar las campañas electorales; los requisitos para que un ciudadano sea candidato independiente existen en todos los países democráticos, y en efecto, como dice Rodríguez Calderón, representan impedimentos.  Es adrede.  De no ser así, nos iríamos a la bancarrota tratando de pagar las campañas de cada tío que de repente se crea capaz de gobernar. Si el ciudadano tiene suficiente interés en la candidatura independiente de Fulano o Mengano, entonces que se avoque al trabajo de recabar firmas a favor de su candidato.

    Pero cuidado brincando las trancas que son leyes.  Es precisamente lo que han hecho demasiados gobernantes.  Es precisamente lo que les reclamamos.  Nos parecerán bien o mal esas trancas, pero la forma de cambiarlas es otra.  Un caballo desbocado se lleva de encuentro lo que tenga delante aunque tenga que destruir el obstáculo.  Lo que queremos en nuestros candidatos es experience documentada, mesura, inteligencia, honestidad, arrojo, valentía.  Que nos hablen con los hechos, no con el manipuleo de la propaganda.

miércoles, 28 de enero de 2015

EL MIEDO QUE TE TIENEN


 

El chapulineo, del que nos quejamos tanto y tan justificadamente, es el resultado de la no-reelección.

   La no reelección es el resultado de una historia plagada de encrustados en el poder, de dictaduras, de sendos abusos del poder.  Se comprende, pero a estas alturas de la vida nacional, la no reelección resulta no sólo irrelevante sino una fachada para el juego de sillas musicales propiciado por los partidos donde reside la verdadera dictadura.  En un país realmente democrático, los partidos son los facilitadores de organización,  unión, y de expresión de ideologías.  En un país realmente democrático, el proceso de seleccionar candidatos para los puestos de elección popular está definido, es sistemático y automático.  No es algo que se tiene que determinar al antojo del partido cada vez que se presenten elecciones.

    Detrás de estos deseos de mantener el poder y manipular el juego de sillas musicales yace algo más, un algo que se revela de muchas formas, algo cultural en los aposentos del poder político.  Todo partido y todo candidato en cualquier país democrático se interesan en el poder, en cómo conseguirlo, y qué hacer con él una vez poseído.  Desde los grupos de cabildeo hasta las organizaciones minoritarias de ciudadanos sostienen intereses particulares que luchan por el poder—el poder político, o simplemente el poder de ser escuchados.  En México, se puede agregar otro factor.

    Ese factor es el miedo a la gente, al pueblo.  La Revolución Mexicana sigue viva en su institucionalización de mil formas: ceremonias, días festivos, libros de texto, pero no me refiero al miedo de un levantamiento en armas como la Revolución.  La cultura política mexicana teme la incapacidad de sus ciudadanos.

    En las democracias como la inglesa o la estadounidense, apenas se puede creer la libertad de expresión que tolera insultos, mentiras, manipuleo propagandístico, caricaturas caústicas, y demás tácticas electorales.  Por no hablar de Francia.  Puede uno estar de acuerdo o no, pero más vale reconocer que en el momento en que un país limite la gama de expresión libre de ideas, sean filosóficas o insultos, en realidad se está expresando el temor de que los ciudadanos no tienen la capacidad de pensar por sí mismos.  México gasta fortunas juzgando si tal o cual expresión política durante una campaña es “aceptable” o no; las autoridades dentro de esta cultura política (gobiernos, partidos, pensadores, etc.) no creen que el ciudadano es lo suficientemente inteligente como para reconocer o descartar el resultado de la libre expresión de ideas. 

    Tomemos un ejemplo.  La expresión “AMLO es una amenaza para México” es una opinión que puede sostenerse con argumentos en pro y en contra.  Los argumentos pueden ser económicos, políticos, sociales, históricos, en fin, no hay límite.  Además, las opiniones expresadas en redes sociales rebasan por kilómetros (tanto en su rango como en su estupidez o inteligencia) las frases electorales, y se propagan como fuego en matorral seco.  El intento de imponer límites en la civilidad, o falta de la misma, refleja una profunda desconfianza en el pueblo y su capacidad de pensar.

   Igual con la no reelección.  Los ciudadanos no son capaces de resistir los embates de un caudillo en formación, así que no hay que darles la oportunidad de votarlo más que una sola vez.  En una democracia, un funcionario público puede optar por tomar licencia y postularse para otro puesto, pero no es a producto de gallina.  Existe la posibilidad de reelegirse. Las dos opciones deben existir en una verdadera democracia.

    Y sí, es posible que muchos de los ciudadanos no cuenten con los conocimientos, el interés, la inteligencia, o la cultura para escoger bien.  ¿Pero cuándo ha sido diferente, y en qué lugares del mundo?  La democracia es un sistema defectuoso, a veces injusto, pero puede producir resultados asombrosos, a veces magníficos.  Pero no lo sabemos, porque aquí no la tenemos.

DE LEONES Y TIGRES



 

Se calcula que en Estados Unidos hay más tigres en manos de particulares que en los zoológicos o en su estado natural. 

    Todos los años se registran accidentes o muertes como el resultado de mantener a animales salvajes en situaciones de cautiverio, y eso incluye a los delfines y las orcas.  Estos mamíferos marinos nunca han provocado el registro de ataques a personas en su habitat natural, pero no es así en los acuarios marinos: tanto los delfines como las orcas han atacado a entrenadores y cuidadores.

     La noticia en EL NORTE del miércoles 3 de diciembre acerca de una leona de cuatro meses, paseada en un parque con collar y correa, hace surgir un cuestionamiento acerca de los motivos de los miles de personas que persisten en tener animales peligrosos en calidad de “mascotas”—y de las tiendas de animales que persisten en proveerlos al público.  Esto último es un asunto de reglamentación legal; lo primero está firmemente en el área de la psicología humana.

    ¿Qué busca una persona al hacerse de serpientes venenosas, pitones, cocodrilos, depredadores felinos o caninos, u otros animales que en su estado adulto responden al llamado del instinto (como el chimpancé, por ejemplo, adorable como bebé y agresivo como adulto)?

    Sin duda, una parte de la respuesta es la necesidad de sentirse especial.  Lo especial reside en una extraña alianza con el mundo salvaje, un mundo que símbolicamente puede respresentar muchas cosas, pero sobre todo tiene que ser dominado, amaestrado, para reducir la angustia que surgen de estos símbolos.  Todos compartimos un deseo de acercarnos al mundo salvaje, de comprobarlo “seguro”, de poder acariciar el peligro y ver que el peligro nos acepta, inclusive que nos ama.  Todos cargamos con nuestra dosis de angustia existencial, todos compartimos el deseo de controlarla—no necesariamente somos exitosos en la faena, pero cada quien tiene su estilo.  Los que montamos a caballo lo hacemos por los mismos motivos, pero no es el animal en sí que ofrece el peligro que tiene que ser amaestrado, sino los peligros de la actividad misma.  Es como si cada vez nos dijéramos, “¿Ves? Controlo mi mundo.” 

     Lo malo sucede cuando esas necesidades llegan a cegar a la persona a la realidad, que el animal tiene instintos que la conexión con el ser humano no puede vencer.  La palabra “instinto” está cargadísima de simbolismo también—el tuyo, el mío, el de todo individuo.  En la teoría freudiana, tanto el lenguaje como todo el esfuerzo civilizador se dirigen a mantener el instinto en su sitio. 

     Lo mismo sucede con la gente que practica la pelea de perros; el mejor amigo del hombre es enseñado a ser salvaje para satisfacer las oscuras necesidades de sus dueños.

     No podemos escenificar estas necesidades con animales salvajes sin pagar un precio. Un paseo mínimo por Google mostrará cuántos entrenadores han sido atacados o muertos por sus tigres o leones; el famoso par de entrenadores Sigfried y Roy terminó cuando Roy fue atacado por un tigre en pleno espectáculo.  Tan distorsionada visión de la realidad abrigaba Roy que después explicó que seguramente el tigre intentó “protegerlo” llévandolo del escenario—por la garganta. 

     En alguna medida, estas son las distorsiones de todo dueño de animales peligrosos: la convicción de que nada les va a pasar porque se ha domado lo salvaje mediante el amor, los cuidados, y el cariño. 

    El estado, sin embargo, no tiene porqué caer en semejante engaño porque el peligro no existe sólo para el dueño sino también para su familia o sus vecinos, para la comunidad en general.  El estado (en cualquier nivel) actúa en contra de los intereses del bien común al otorgar permisos para poder poseer animales que no tienen cabida entre nosotros.  Lo absurdo es intentar controlar el tráfico de animales cuando al mismo tiempo damos rienda suelta a los instintos mortales del depredador “mascota”.

ETES-VOUS CHARLIE?


 

 

Un profesor de filosofía que escribe en un periódico estadounidense estuvo en París el día del ataque terrorista a la revista semanario Charlie Hebdo; el conmovedor artículo que escribió acerca de sus experiencias contenía una opinión interesante, aunque a mi forma de pensar, equivocada. 

    El profesor aseveró que no es lo mismo producir caricaturas satíricas acerca de la Iglesia Católica—que en Francia representa la mayoría de los creyentes religiosos—que crear sátira acerca de la religión de un grupo oprimido y minoritario.

    No se aclaró si eso de “oprimido” refería a los musulmanes palestinos o las minorías francesas del Medio Oriente.  Aunque no dudo ni un instante que sea muy difícil ser un inmigrante musulman en Francia, donde la mayoría intenta integrarse a la cultura, y sintiéndose ofendida o no por sátiras acerca de su religión, no sale a matar.  No es su calidad de inmigrante o diferente lo que distingue a los creyentes, por más difícil que tal estado resulte; es el hecho de que existe entre ellos personas dispuestas a usar la violencia para imponer su forma de pensar—si es que la palabra “pensar” sea aplicable.  No es la culpa de los musulmanes pacíficos, de los buenos ciudadanos que laboran todos los días para salir adelante.  Pero sí existe algo en la cultura en general de los países musulmanes árabes que fomenta el tomar las palabras del Profeta como una justificación para actos de violencia.  Ese algo no es una cuestión religiosa, sin embargo, sino son elementos culturales, lo cual explica porqué el país musulmán más grande, Indonesia, no representa un hervidero de yijadistas.

    La pregunta sería, entonces, ¿qué tan válido es calificar ciertas ideas como blancos legítimos de la sátira, y otras no?  De mil maneras se ha hecho mofa de los mormones, los católicos, los evangelistas, los judíos, los budistas, de todas las marcas y los colores religiosos que uno quiera mencionar.  El profesor de filosofía alega que es inapropiado burlarse de las ideas religiosas de un grupo oprimido, pero como filósofo debe saber que las ideas, todas, son cuestionables.  Ese cuestionamiento es la materia de la filosofía.  Cuando no podemos investigar u opinar en voz alta sobre el valor y la validez de una idea, simplemente no somos libres.

    Es una cosa muy distinta decir que un grupo oprimido no debe sufrir el insulto adicional de la sátira de sus creencias, y otra cosa muy diferente decir que no debemos hacerlo porque alquien nos puede matar. 

   No debemos confundir la prudencia o la compasión con la libertad.  No hay duda de que los grupos indígenas en México forman una población discriminada y/u oprimida, ¿pero quiere decir eso que no podemos criticar los múltiples abusos de los derechos humanos de las mujeres que son parte de sus “usos y costumbres”, mismos que pasan la Constitución por el arco del triunfo?  ¿Que no podemos burlarnos de creencias primitivas que incorporan tanto la superstición indígena como el fanatismo evangelista?  ¿Que no podemos cuestionar la validez de un sistema cultural en la cual los hombres no hacen nada y las mujeres lo hacen todo pero sin el derecho de tener propiedades, ni de ser votadas?  Hay grupos de indígenas que se matan entre sí por asuntos de tierras o religión; no hay nada exótico o loable en ello, y si forma parte de los usos y costumbres, tal vez sería hora de que dejemos de confundir una colorida danza indígena o una artesanía bella con el derecho a la estupidez ilegal.

   Francia es la cuna de muchos de los valores más preciados en Occidente, y los franceses han salido a defenderlos con una sola voz: “Je suis Charlie”.  La revista salió el miércoles como siempre; los supervivientes del ataque lo han declarado como una meta ineludible..  Sus temas son sátiras contra cualquier autoridad que los escritores crean pertinente.  Eso no va a cambiar.  Ojalá y nos dé valor para cambiarnos nosotros.  Etes-vous Charlie?