En las semanas después del ataque
a Charlie Hebdo, y después también de escenas de barbarie de parte del Estado
Islámico y Boko Haram, después de la cantada “primavera árabe”, después del
ataque en Tunis que causó la muerte de varios turistas que visitaban un museo,
se ha hecho evidente que el mundo occidental no comprende las bases ideológicas
de estos primitivos movimientos.
Los más extremistas de los proponentes del
Islám han dicho claramente que la democracia es una violación de los preceptos
religiosos; sólo su dios y sus leyes plasmadas en el Quran pueden gobernar un
pueblo, y es una vejación que el hombre pretenda gobernarse por sí solo.
Ed Husain, otrora extremista, explica
claramente en su libro, “El Islamista”, cómo es el proceso mediante el cual un
musulmán de segunda generación en Inglaterra se convierte en un individuo
dispuesto a abandonar todos los valores familiares y culturales de su crianza y
devenir enemigo del pueblo que los acogió.
Explica que la segunda generación se
encuentra en una especie de limbo: no es igual a los padres que emigraron y se
establecieron en un país no musulmán porque no comparte la historia cultural de
los progenitores. Pero como estas
comunidades de inmigrantes tienden a vivir en enclaves con sus semejantes,
muchos de la segunda generación tampoco se integran plenamente en la sociedad
inglesa (o francesa, o italiana, o sueca, etc.). El resultado suele ser una especie de
inquietud ansiosa que busca una identidad que apacigüe la sensación de no
pertenecer en ningún lado.
Esta generación es especialmente vulnerable
a líderes dinámicos que plantean el Islam no como una religión de vida
espiritual sino como una consigna de acción, sobre todo acción política con
fines de establecer el estado islámico.
Parte integral de la postura es el rechazo de todos los “musulmanes a
medias”, que incluyen a la generación anterior, los líderes árabes de países
que colaboran con Estados Unidos (Arabia Saudita es especialmente señalada), y
cualquier país no musulmán. La ideología
es usada para crear odio.
Este concepto de rechazo gana fuerza con
incidentes como la guerra de los Balcanes en la cual la población musulmana de
Bosnia sufrió atrocidades (que por cierto fueron filmadas y las películas usadas
para la radicalización del autor del libro mencionado). Los líderes islamistas
que reclutan a los jóvenes hacen hincapié en que el mundo de occidente
reaccionó tarde para abordar el conflicto armado en Balcanes, y lo atribuyen al
hecho de que estos países no tienen interés en el destino de las poblaciones
musulmanes.
Paso a paso, Husain describe cómo los “activistas” que no proponen la
radical politización del Islam van perdiendo influencia ante el deseo de esta
segunda generación de “hacer algo”, de establecer su identidad como musulmanes
(a pesar de que muchos no comprenden plenamente las enseñanzas del Quran), de
desahogar resentimientos que ellos mismos han ayudado a crear al no querer
integrarse a la sociedad del país donde nacieron, atrapados como son entre la
cultura de sus padres y la tendencia de aislarse en comunidades de sus
semejantes, por un lado, y la modernidad de Occidente por otro.
Esta es tierra fértil para líderes
extremistas que con táctica, sagacidad, y un dominio psicológico de las
necesidades de los jóvenes, logran sembrar sus semillas de odio y
violencia. Estos son los jóvenes que
salen de Inglaterra, Francia, Alemania, España e Italia para luchar con el
Estado Islámico.
El mundo occidental no parece entender
esto. Todo lo atribuye a “prejuicios” y
“racismo” del país anfitrión sin reconocer que hay personas que no desean
integrarse aún si pueden. Otros inmigrantes han superado el racismo y el
prejuicio para convertirse en parte de la sociedad adoptada; pero la presencia
del extremismo islamista es una trampa terrible para la segunda generación de
musulmanes en Occidente, y para el mundo entero.
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