El chapulineo, del que nos
quejamos tanto y tan justificadamente, es el resultado de la no-reelección.
La no reelección es el resultado de una historia plagada de encrustados
en el poder, de dictaduras, de sendos abusos del poder. Se comprende, pero a estas alturas de la vida
nacional, la no reelección resulta no sólo irrelevante sino una fachada para el
juego de sillas musicales propiciado por los partidos donde reside la verdadera
dictadura. En un país realmente
democrático, los partidos son los facilitadores de organización, unión, y de expresión de ideologías. En un país realmente democrático, el proceso
de seleccionar candidatos para los puestos de elección popular está definido,
es sistemático y automático. No es algo
que se tiene que determinar al antojo del partido cada vez que se presenten
elecciones.
Detrás de estos deseos de mantener el poder
y manipular el juego de sillas musicales yace algo más, un algo que se revela
de muchas formas, algo cultural en los aposentos del poder político. Todo partido y todo candidato en cualquier
país democrático se interesan en el poder, en cómo conseguirlo, y qué hacer con
él una vez poseído. Desde los grupos de
cabildeo hasta las organizaciones minoritarias de ciudadanos sostienen
intereses particulares que luchan por el poder—el poder político, o simplemente
el poder de ser escuchados. En México,
se puede agregar otro factor.
Ese factor es el miedo a la gente, al
pueblo. La Revolución Mexicana sigue
viva en su institucionalización de mil formas: ceremonias, días festivos,
libros de texto, pero no me refiero al miedo de un levantamiento en armas como
la Revolución. La cultura política
mexicana teme la incapacidad de sus ciudadanos.
En las democracias como la inglesa o la
estadounidense, apenas se puede creer la libertad de expresión que tolera
insultos, mentiras, manipuleo propagandístico, caricaturas caústicas, y demás
tácticas electorales. Por no hablar de
Francia. Puede uno estar de acuerdo o
no, pero más vale reconocer que en el momento en que un país limite la gama de
expresión libre de ideas, sean filosóficas o insultos, en realidad se está
expresando el temor de que los ciudadanos no tienen la capacidad de pensar por
sí mismos. México gasta fortunas
juzgando si tal o cual expresión política durante una campaña es “aceptable” o
no; las autoridades dentro de esta cultura política (gobiernos, partidos,
pensadores, etc.) no creen que el ciudadano es lo suficientemente inteligente
como para reconocer o descartar el resultado de la libre expresión de
ideas.
Tomemos un ejemplo. La expresión “AMLO es una amenaza para
México” es una opinión que puede sostenerse con argumentos en pro y en
contra. Los argumentos pueden ser
económicos, políticos, sociales, históricos, en fin, no hay límite. Además, las opiniones expresadas en redes
sociales rebasan por kilómetros (tanto en su rango como en su estupidez o
inteligencia) las frases electorales, y se propagan como fuego en matorral
seco. El intento de imponer límites en
la civilidad, o falta de la misma, refleja una profunda desconfianza en el
pueblo y su capacidad de pensar.
Igual con la no reelección. Los
ciudadanos no son capaces de resistir los embates de un caudillo en formación,
así que no hay que darles la oportunidad de votarlo más que una sola vez. En una democracia, un funcionario público
puede optar por tomar licencia y postularse para otro puesto, pero no es a
producto de gallina. Existe la
posibilidad de reelegirse. Las dos opciones deben existir en una verdadera
democracia.
Y sí, es posible que muchos de los
ciudadanos no cuenten con los conocimientos, el interés, la inteligencia, o la
cultura para escoger bien. ¿Pero cuándo
ha sido diferente, y en qué lugares del mundo?
La democracia es un sistema defectuoso, a veces injusto, pero puede
producir resultados asombrosos, a veces magníficos. Pero no lo sabemos, porque aquí no la
tenemos.
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