Si han estado siguiendo la supuesta controversia sobre los matrimonios gay y la adopción de niños por estas parejas en el D.F., sepan que lo único que no predomina es la información.
Por una parte, se ha visto en algunos estudios (son pocos los que se han realizado) que los niños que crecen con una pareja gay se identifican con el género que corresponde a su identidad biológica; por otro lado, estos niños suelen ser más tolerantes ante las diferencias de los demás--y si algo hace falta en el mundo actual, es la tolerancia.
Pero dejemos a un lado esto, porque nadie se ha molestado en buscar datos fidedignos. Los clérigos están al borde de una crisis de nervios gracias a las nuevas disposiciones en el D.F., y hacen todo menos buscar datos. Por un lado, su desinformación llega a un grado apabullante porque no distinguen entre la homosexualidad y la pederastia--un confusión nada sorprendente considerando la larga, larga historia de la iglesia católica con la pederastia y sus esfuerzos por "reformar" a los sacerdotes pederastas. Ese especímen, Marcial Maciel, es un excelente ejemplo de la ceguera selectiva de las autoridades eclesiásticas a costas de quién sabe cuántos niños traumados de por vida por esta alimaña.
Lo más sorprendente para mí es la aseveración de que las bodas gay afectan al instituto de la familia y los valores familiares. ¿Qué quiere decir esto? ¿Voy a deshacer mi matrimonio o mi familia porque una pareja de homosexuales se casa en el D.F.? ¿Me voy a ver tentada a fugarme con una amiga? En cuanto a los valores familiares, ¿cuáles? ¿Los que dicen, según la iglesia católica y muchas iglesias protestantes, que el jefe de la familia es el hombre y todos los demás acatarán sus órdenes? ¿El valor que dice que una sarta de eunucos--léase sacerdotes--que jamás ha sabido lo que es vivir en pareja o cuidar y amar a un hijo me dirá cuándo y cómo daré a luz? ¿Los valores familiares patriarcales que promueven todavía en todo el mundo la nulificación de la mujer como ser humano?
¿O serán los valores de amor, de cuidarse mutuamente, de promover el bien de los hijos, de estructurar una familia estable y abrigadora que permite el mayor desarrollo y protección de todos sus integrantes? Porque si es así, eso es precisamente lo que buscan las parejas gay que deciden comprometerse con esos valores a la luz pública, casándose. Muchísimos lo hacen ya en la vida cotidiana pero no cuentan con la protección legal del instituto del matrimonio que se encarga de reconocer la validez del compromiso. ¿Cómo atenta contra la familia que dos personas se comprometan a favor de los valores mencionados?
¿O será que el asunto está en otro lado? La iglesia se ha establecido como la única fuente de verdad, y los que han comprado ese cuento, al hacerlo, atribuyen a la iglesia un poder enorme. Esta dinámica--la iglesia como poseedora de la verdad, y los creyentes que la sostienen en esta postura--se ve amenazado cuando una autoridad social toma una determinación diferente, misma que en efecto desmiente que la iglesia tiene--o merece tener--el poder que intenta ejercer. No es realmente el asunto de los matrimonios gay lo que tiene a los clérigos con las pantaletas hechas nudo, sino la posibilidad de que un concepto de la viejísima línea oficial pueda derrumbarse en el D.F., lo cual exhibe que el poder de la iglesia descansa sólo y únicamente sobre la base de la creencia popular. Desde el momento en que la gente cuestione si la iglesia realmente posee la verdad, las paredes del Vaticano comienzan a agrietarse.
Lo que temen no es que dos personas del mismo sexo se casen; les da pánico la posibilidad de perder su poder.
lunes, 18 de enero de 2010
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