lunes, 18 de enero de 2010

Historia de una denuncia

Hace unos meses, recibí la petición de mi amigo Luís Eduardo Villarreal, fundador del refugio para migrantes Casanicolás, para atender a dos hermanas centroamericanas que habían sido violadas en el sur de México. El camino desde la frontera sur hasta cuando menos el D.F. es una pesadilla de robos, matanzas, violaciones, y trata de personas.

En este caso, ya había indicado a Luís que llevara a las dos mujeres a un centro de salud para ver si se habían contagiado con una enfermedad de transmisión sexual. No supe el desenlace en cuanto a VIH porque las hermanas siguieron su camino rumbo a Estados Unidos, y ya no tuve noticias de ellas.

Cuando fui a hablar con ellas, su historia fue un horror más allá de lo que la mayoría de nosotros nos parece posible en México. Fueron bajadas del tren desde Tapachula con otras personas y violadas tanto vaginal como analmente. Una de las hermanas sufrió desgarramiento de los tejidos anales y siguió el resto de su viaje con un dolor terrible. Ellas hicieron lo que hacen todos los migrantes centroamericanos: se levantan y siguen hacia el norte. Los violadores no se limitan a violar a mujeres tampoco; según las hermanas, se sabe de algunos violadores contagiados de VIH que se dedican a esparcir su mal a hombres y mujeres por igual, y siempre a la fuerza. Este saber puede o no ser válido; como los migrantes de Centroamérica, al igual que los migrantes mexicanos de las áreas rurales, se sienten solos, desamparados, odiados, y a veces desesperanzados, no es raro que acepten prostituirse con tal de poder comer otro día más. Se contagian de VIH y otras enfermedades, pero al regresar a sus hogares--si es que regresan--no hablan de sus actividades sexuales en el extranjero y proceden a contagiar a su vez a sus parejas mexicanas o centroamericanas. No es posible realmente llegar a una conclusión acerca de esta "leyenda urbana", o en este caso, leyenda rural, pero dado el salvajismo que reina en todo el trayecto desde la frontera sur hasta el D.F., no me sorprendería que fuera cierta.

El desgarrador relato de las hermanas, más varias otras historias que he escuchado durante los últimos dos años de parte de los migrantes, hizo que regresara a la casa enfurecida. Sin creer que serviría de nada, me metí a la página web de la Presidencia de México y escribí un mail lleno de la furia que sentía.

Pasaron las semanas, y comenzaron a llegarme e-mails y correo no virtual: que alguien había tomado nota de lo que escribí, por ejemplo. El día de hoy recibí una carta más desde el Gobierno Federal (específicamente, de la Secretaría de Seguridad Pública, Lic. Daniel Tello, Secretario Técnico) avisando que mi solicitud (número 006448) fue turnado a la Oficina del Comisionado General de la Policía Federal "para su análisis y atención correspondiente".

Tengo que confesar que no sé realmente lo que ello significa. Una de las réplicas hace meses me informó en detalle sobre todos los datos necesarios para levantar una denuncia formal en el caso de las hermanas. Esta respuesta me inspiró a disparar de nuevo, esta vez explicando que el problema no es asunto de este caso en particular, sino de toda la red de delincuencia y criminalidad que infesta el país y que se dedica a explotar, robar, y ultrajar a los indefensos migrantes. Desde Tapachula donde toman el tren que llaman "La Bestia" o al cruzar Chiapas donde tal vez tengan más éxito evadiendo "la migra" mexicana, los migrantes mueren. El primer robo suele suceder literalmente al cruzar desde Belice, en las orillas del río. ¿Cómo puede México compadecerse de los migrantes mexicanos cuando todo el sur del país es un infierno que mastica y escupe a los migrantes centroamericanos por decenas y decenas de miles?

No abrigo muchas esperanzas. Me han turnado mi denuncia una y otra vez; no tarda el país en desarrollar el mismo resentimiento ante los centroamericanos que nos guardan los gringos allá, ya que trabajan ilegalmente por mucho menos, algunos recurren a la delincuencia, y vienen y van por México siendo extorsionados a cada paso, en cada momento, en cada pueblo. El mismo estilo de vida del migrante provoca trastornos emocionales, endurecimiento, depresión y síndrome de estrés postraumático. Los que ya tenían algún padecimiento psiquiátrico se enloquecen. Pero cuando la única otra opción es morir de hambre, se arriesgan una y otra vez.

Mi denuncia, entre el éter virtual y la burocracia, probablemente morirá, también, una y otra vez.

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